Vecinos en cuarentena / No me imagino a San Pedro en silencio
POR MARIANA LEÑERO FRANCO
En estos días de encierro me recuerdo viviendo en la casa de mi infancia, adolescencia y juventud. Ahí donde me despertaba, si no era por las voces de mi mamá y sus andares por la casa, por los pajaritos que interrumpían mi sueño con sus conversaciones cerca de la pared de lo que era mi cuarto, por lo visto no suficientemente gruesa como para alejarme de lo que ocurría afuera. Ahora estoy aquí, en Los Ángeles, California. Hay más silencio, y no por la cuarentena. Cuando me percato de esto, ajusto mi corazón al barrio al que quiero entrañablemente, donde se escucha a mi madre, mi padre y mis cuatro hermanas. No me imagino a San Pedro de los Pinos en silencio.
A veces extraño a San Pedro, pero otras veces no: no se puede extrañar lo que se tiene. San Pedro nunca se ha ido de mí, vive tan dentro que puedo cerrar los ojos, sentirlo y abrazarlo sin dificultad. Es mi árbol genealógico, contiene la vida de mis ancestros: abuelo, abuela, tíos; y la de mi padre cuando era pequeño y jugaba con vacas y cerca del pozo, en donde hoy se encuentra nuestra casa. A San Pedro lo llevo como se lleva una medallita de bautizo colgada en el pecho. Llevo cargando mis raíces, que se han podido estirar tanto que no me han dejado alejarme de mi colorida y ruidosa colonia. No me imagino a San Pedro en silencio, a su mercado lleno de bullicio, ahora ocupado por más puestos de comida que por las marchantas que venden frutas, verduras, huevos y pollo pero que sigue teniendo su propia vida.
Hay un dicho que dice que uno da por hecho lo que tiene y solo cuando lo pierde se da cuenta de su importancia. Yo no lo pienso así cuando pienso en San Pedro: lo valoro entrañablemente y lo disfruto cuando estoy ahí; sus calles me siguen hablando, sus cambios me siguen afirmado lo polifacético que es. Cuando cierro los ojos puedo ver a mis padres caminando por sus calles, pausados, cómplices, enamorados y siempre con algo de qué platicar. Sé que los vecinos esperaban ese andar como esperaban al gas, al señor de las flores, al camión de la basura, al organillero… Sin falta y a tiempo. Esta imagen me la traje para acá. Ricardo y yo hacemos lo mismo, caminamos y los honramos, desde nuestra propia historia.
Mi corazón se ha hecho del tamaño de los dos países donde vivo. Pero hoy, por la cuarentena, no puedo regresar: el aislamiento también lastima ahí, no solo en la parte económica y profesional sino también en mis afectos. Así como no me imagino a San Pedro en silencio tampoco me imagino sin él. San Pedro es mi familia, no solo una colonia. Ahí se encuentra mi madre, que sigue cuidando de nuestro hogar con una fuerza interior envidiable. Ella decidió quedarse cuando murió mi padre. De alguna forma pienso que además de la seguridad que le causa y los recuerdos que la acompañan ella también está cuidando de nuestra historia y nuestros recuerdos. No me imaginé San Pedro sin mi papá. Y no me lo imagino sin ella. No me imagino a San Pedro en silencio, como nunca me imaginé que no pudiera regresar para abrazar los recuerdos y seguir construyendo mi historia.
*Radica en Los Ángeles pero su casa familiar en México se encuentra en la colonia San Pedro de los Pinos. Neurolinguista y psicopedagoga. Directora de la clínica neuro psicopedagógica INTEGRA.