Ciudad de México, abril 27, 2024 10:26
Opinión Mariana Leñero

Ratón Marianito

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Comencé a sentir el sabor a chilito con limón en mi boca pero un poco más agridulce. Tenía que evitar la desgracia y me tapé la boca mientras sudaba chile. Pero como todo río que necesita continuar su cauce,  la mezcla de chicharrón, a medio digerir,  no aguantó más y como proyectil  explotó. Por no tener paso por mi boca, el líquido espeso salió a través de mis fosas nasales. Escurría chorritos de chile rojo.  Del ardor y susto abrí la boca.  Ahora vomitaba por todos lados, manchando lo que estuviera a mí alrededor. El Ratón Marianito  se convertía en un dragón feroz que sacaba fuego por la nariz y lava por la boca.   

POR MARIANA LEÑERO

Siempre he sido ferviente consumidora de cualquier tipo de friturita de maíz, especialmente las que tienen chile.  Me gusta revestirlas de “sangrita”: una mezcla creada  por mi hermana Estela desde hace muchos años: 5 limones, una cuchara sopera de salsa Búfalo, media cucharita de salsa Maggie,  4 gotitas de salsa Valentina, medio sobrecito de Miguelito, 4 golpecitos de sal y una cucharadita de agua.   No olvido cómo después de exprimir los limones y crear la pócima mágica, Estela, como si estuviera tocando el arpa, mezclaban la sangrita con los “Sabritones”: Chicharrón de cerdo cubierto de un chilito sabor a limón que no tiene madre.

Recuerdo que después de nuestro tradicional juego de barajas, mis hermanas  y yo nos sentábamos alrededor de la mesa listas para iniciar la ceremonia. Platicábamos,   mientras por turnos,  con el dedo índice y pulgar, elegíamos  la porción exacta a para llevárnosla a la boca al mismo tiempo que los chicharrones se convertían en una masa aguada deliciosa.

Me volví adicta. En mi casa a  escondidas viendo “Mundo de Juguete” o “Chispita” me atascaba una o dos bolsitas pequeñas de “Sabritones”. Lamentablemente un día mi mamá me descubrió y por miedo a provocarme una ulcera, me hizo prometer que lo dejaría de hacer. Cumplí la promesa hasta que un día mi  amiga Gaby me invitó a su casa.  Cuál fue mi sorpresa que en su alacena estaba esperándome una bolsa de “Sabritonestamaño jumbo.  Al ver mis ojos cargados de deseo, con gusto me la ofreció. Me abalancé y me la comí toda, sin parar. Al terminar,  nos dispusimos a jugar, como era de costumbre con las “Barbies”.

 Al poco tiempo llegó su hermano Rodrigo quien nos invitó a jugar escondidillas.   Él nos buscaría.  Feliz, salí disparada para resguardarme detrás del sillón de su sala.  

-7, 8, 9, 10…     

 Para encontrarme, Rodrigo cantaba con voz burlona: 

-Ratón Marianito, Ratón Marianito.  ¿Dónde estás?….

Entre la risa, el nervio y la indigestión,  el estómago comenzó a regurgitar chicharrón. Mientras me retorcía de dolor comenzaron aparecer las arcadas. Para acabarla de amolar toda  la sala: alfombra y  muebles  eran completamente blancos, sí,  como la nieve.

-Ratón Marianito, Ratón Marianito ¿Dónde estás?…. Seguía cantando Rodrigo.

Comencé a sentir el sabor a chilito con limón en mi boca pero un poco más agridulce. Tenía que evitar la desgracia y me tapé la boca mientras sudaba chile. Pero como todo río que necesita continuar su cauce,  la mezcla de chicharrón, a medio digerir,  no aguantó más y como proyectil  explotó. Por no tener paso por mi boca, el líquido espeso salió a través de mis fosas nasales. Escurría chorritos de chile rojo.  Del ardor y susto abrí la boca.  Ahora vomitaba por todos lados, manchando lo que estuviera a mí alrededor. El Ratón Marianito  se convertía en un dragón feroz que sacaba fuego por la nariz y lava por la boca.    No sé qué sucedió después y tampoco entiendo porque Gaby continuó siendo mi amiga pero recuerdo que continué visitando su casa.

 El evento lo creí olvidado. Sin embargo, un día Ricardo con ojos de asombro me preguntó qué es lo que hacían bolsitas ziploc llenas de Cheetos y Takis, escondidas por diferentes lugares de la casa: debajo de la cama, en diferentes cajones,  detrás de la tele y  de la computadora.  Pese a lo absurdo me sentí  como niña descubierta.  Esa niña que tenía miedo de ser descubierta y de ser Ratón Marianito convertirse en un dragón feroz  que lanza fuego por la nariz y lava por la boca. Desde entonces ya no escondo ninguna bolsita pero también decidí dejar descansar, por lo pronto, la adicción.    

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas