Santas vagaciones
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Día de las Flores, en Guanajuato. Foto: archivo.
Anteriormente, en torno a esta fiesta había una romántica tradición, según la cual hombres y mujeres caminaban en direcciones contrarias alrededor del Jardín de la Unión, ubicado en pleno centro histórico de Guanajuato…
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
Textualmente, así denominaba a estos días de asueto que para mí, durante mis quince años en la burocracia, iniciaban el viernes de la Virgen de los Dolores, celebración que en el terruño también se le llama el Día de las Flores. Es la festividad con la cual comienza, por lo menos para los capitalinos de Guanajuato, la Semana Santa.
Anteriormente, en torno a esta fiesta había una romántica tradición en la que hombres y mujeres caminaban en direcciones contrarias alrededor del Jardín de la Unión, ubicado en pleno centro histórico. Los caballeros portaban una flor que a su paso otorgaban a su pareja o bien alguna chica que les haya gustado, como una forma de cortejarla.
Todavía recuerdo esa costumbre. En mis años de juventud, ese gran día empezaba antes del alba del viernes, estrenando vestido y con un arreglo especial para la ocasión. Mi hermana y yo, acompañadas por algunas camaradas de la colonia, nos encaminábamos al Jardín, en donde a diferencia de la tradición original, se trataba de obtener la mayor cantidad de flores y si alguna provenía del chico que te atraía, el resultado de la novedosa apariencia era por de más satisfactorio.
Con el tiempo la manera de celebrar ese día fue cambiando, arrancando desde la noche del jueves, cuando se organizaban fiestas en diferentes salones de la ciudad llamados “Baile de las Flores”. Y más recientemente, en antros o bares, de los cuales se salía ya de madrugada para ver el amanecer sentados en alguna banca o en las escalinatas del Teatro Juárez.
Otros participaban en el festejo acudiendo temprano a almorzar en algún restaurante o en los puestos de alimentos, o simplemente a observar los puestos de flores que se colocan alrededor y en la calle principal. Y es que desde que amanece en cada casa o negocio del centro, pero también en los más recónditos callejones se montan los altares en honor a la Virgen Dolorosa. En cada uno, suelen regalarse agua fresca de betabel con lechuga, plátano, naranja y chía que representa las lágrimas derramadas en la pasión de Jesús.
Hay quienes también obsequian nieve a los transeúntes, que hacen un alto en el camino para admirar los estrados, incluso hay lugares como lo era una empresa minera que ofrecía comida (caldo de camarón) y hasta cerveza a los desvelados visitantes. Al paso del tiempo se han introducido novedades al festejo, tales como comerciantes de manualidades hechas con cartón y cascara de huevo rellenas de confeti y de figuras de personajes populares.
Conforme pasaron los años, mi presencia en la celebración pasó a ser de gusto a obligación toda vez que por parte de las autoridades del Municipio se implementó un desayuno al que en su gran mayoría eran convidados integrantes de la clase política, pero también representantes conocidos, y algunos no tan conocidos de la sociedad. El convivio pasó a ser “una pasarela” para los que si era época electoral, buscaban algún cargo, o simplemente atraer los reflectores hacía su persona, actividad, circunstancia o reclamo.
Así pues, ya en el quehacer de reportera tuve que dejar las manos a posibles flores que me obsequiarían por la libreta, pluma y grabadora para las entrevistas y la nota de color de la celebración.
Posteriormente ya el Viernes de Dolores y/o Día de las Flores significó el principio de anheladas vacaciones, casi siempre programadas con antelación hacía alguna playa o en su defecto a una cálida ciudad de nuestro país. Eso sí, para el miércoles santo, ya tendríamos que estar de regreso en la gran ciudad, donde pudimos asistir a alguno que otro evento religioso que se representaba en las cercanías de la casa.