La Navidad de siempre
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Peluches navideños. Foto: Francisco Ortiz Pardo
Volveremos a no reparar en la esencia de la fiesta, donde las esferas de un árbol navideño reemplazarán los amores que negamos, que nos negamos. Si caen se romperán y pondremos otras. Son desechables.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Con el habitual mordizco a la vida, estamos ya metidos en el ritual del consumismo navideño, que después dará paso a los brindis y convivios de fin de año con el consiguiente desquiciamiento de la ciudad y los estados de ánimo alterados. Sentiremos que cumplimos con un ritual que compartimos con “los otros” para no andar “fuera de onda” y padecer la soledad (que nadie padece entre nochebuenas). Luego vendrán eso que llaman “posadas” sin serlo, sin canastillas de colaciones ni piñatas, en los festejos que forman parte del puente Guadalupe-Reyes, que es el premio anual por la cantidad de series de Netflix y otras “plataformas” que sustituyen lecturas de libros.
No seremos valientes para procesar las pérdidas sino para ahogarlas en el vino. No eludiremos el convivio que nos fastidia ni los rostros groseros de quienes preferían otro novio o esposo para su hija. Nos envolverán esos cinturones de castidad de la familia. En cada recalentado. Nosotros mismos los ajustaremos al chocar las copas sin mirar a los ojos. Nos enojaremos para no aclarar, o nos desapareceremos de un whatsapp para no decir “lo siento” o un “quiero verte”. No parecer un grinch será el objetivo, porque si se está contra la vorágine, si no se fabrican muñecos de nieve donde no nieva, nos echarán a las intrigas tras bambalinas. Declararemos la tregua a guerras sin solución. Pondremos la otra mejilla solo un ratito.
En las charlas de cierre de año volveremos a repetir: ¡Qué rápido se fue el año, como arena entre las manos! Hablaremos de los nuevos proyectos engañando no solo al pasado, sino al presente. Seremos nostálgicos sin reconocer que extrañamos a alguien. Borrón y cuenta nueva, la vida sigue, las vueltas de página… la no historia. La levedad del ser, alguien dijo. Rápido se nos olvidará la dicha que tuvimos por ver sanado a un familiar; no pensaremos en lo vulnerables que somos, nos sentiremos otra vez inmortales. Ni un poema merecerá lo que hemos vivido.
Volveremos a no reparar en la esencia de la fiesta, donde las esferas de un árbol navideño reemplazarán los amores que negamos, que nos negamos. Si caen se romperán y pondremos otras. Son desechables. Si la tristeza invade, lo que tocará será eludirla y convertirla en enojo, en irritabilidad, en la parte más egoísta de nosotros, donde será correcto pensar en lo que nos ocurre pero no en el dolor de los demás, ni siquiera cuando nosotros lo provocamos. “No somos perfectos” repetiremos en esa obviedad con la que tiene que aclararse el ególatra. Releeremos el manual donde dice sin dar detalles ni argumentos que “uno es primero”.
Pasaremos de largo frente a los pordioseros, no con la deuda de no regalarles algo, sino con la indiferencia. En algún momento de la temporada nos acordaremos de los pobres con el deseo de tener la fortuna de comer en restaurantes de lujo. No importará que nos autodefinamos como “de izquierda” o que pensemos que somos diferentes a los que ”no se ponen del lado de la historia”. Cultivaremos en nuestros hijos lo que ellos sí merecen, que no el resto de los niños del mundo, muchos de los cuales hoy son amenazados por las balas y el hambre. Los sobreprotegeremos del mundo infame; no importa que cuando crezcan no se sientan siquiera capaces de tener compasión… porque son de “cristal”. Vestiremos nuestros perritos con gorritos de Santa Clós, ¿por qué no habrían de tener su regalo de Navidad, si son parte de la familia?
Nos abrazaremos como no lo hacemos en el resto del año. Nos daremos los parabienes y nos retacaremos las redes sociales con el deber ser de quien desea a los demás lo mejor, solo por decirlo como eslogan. Desearemos, no nos solidarizaremos. Unos criticaremos el Merry Christmas y otros los villancicos. Los más agnósticos verán como raros a los que todavía ponen un belén con pastorcitos y animalitos alrededor del niño. Renegaremos de una historia tan nuestra como el mestizaje porque preferimos exaltar la dicha de “tener” en esta Navidad la voluntad: “Abriremos puertas y ventanas de par en par”. A la vez nos pondremos nuestro verdadero disfraz, que no es el que se usa en el Halloween.
Volveremos a pensar, en el último aliento de la temporada, en lo que ahora sí, en el nuevo año cumpliremos. Nos pondremos los calzones de tal o cual color, según sea la carencia. Antes que la salud pediremos dinero, “prosperidad”. Antes que la uva por la buena vida para el otro, serán seis por mí. Un año “feliz y próspero”, lo que ello signifique. Otros habremos de vivir el adviento sin faltar a la misa pero sin conocer su significado. Luego tiraremos la casa por la ventana.
No debemos preocuparnos. Pronto estará más que normalizada la vida donde nada nos llena, ni la mentada prosperidad. Eso es lo que hace funcional el capitalismo, no “la derecha”. Nos olvidaremos de hacer ejercicio y alimentarnos mejor; de procurar a los amigos. Volverá el “deber ser” y ya no tendremos tiempo más que para nosotros. Demandaremos –eso sí— la obligación de los demás para con uno, solo por nuestra bonita cara. Será otra vez la epidemia donde fingiremos que nos necesitamos. Luego para febrero despilfarremos el amor que alguien nos ha dado, o a más tardar para abril o para mayo, como dice la canción. Seremos desleales, no daremos explicaciones a nadie porque no tenemos por qué darlas. Repetiremos nuestra historia porque así nos gusta la Navidad y el Año Nuevo, con esa “paz”, aunque cada 25 de diciembre y cada 1 de enero nos despertemos con la cruda a la que confundimos con el sinsentido.
Lo importante será ganar el juego de no ser descubiertos en esas tristezas nuestras. Los otros 11 meses del calendario serán para reciclarnos, hacernos los invencibles, prescindir de dar la mano. Habrá que reinventar nuestras mejores frases de corrección política. Será importante ser reconocido como alguien justo. Y creer que cada luna llena es otra luna.
Cuando esta Navidad haya pasado, y también la otra, el mundo seguirá siendo el mismo.