Ciudad de México, noviembre 21, 2024 20:35
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Testimonios juarenses de la Revolución Mexicana

En la narración de los acontecimientos del pasado siempre hay una parte de leyenda. Y los testimonios orales sobre la Revolución Mexicana de quienes vivieron de niños en el territorio que ocupa actualmente la delegación Benito Juárez, y más particularmente Mixcoac, se han vuelto leyendas cautivadoras… y escalofriantes. Esos relatos han sido rescatados en buena medida por los investigadores del Instituto José María Luis Mora, y son constancia de una historia viva que va más allá de los símbolos de la gesta representados en nombres de calles y avenidas –como División del Norte y Emiliano Zapata— y estatuas como la magna ecuestre de Francisco Villa en el parque del mismo nombre. La historia de balas en estos terruños inicia con el derrocamiento de Porfirio Díaz, pasa por la cruenta lucha entre los líderes revolucionarios y llega hasta la Guerra Cristera. “En el siglo 20 ocurrieron dos hechos históricos que marcaron particularmente a la zona: la Revolución y el movimiento cristero”, explicaron María Patricia Pensado y Leonor Correa en el libro Mixcoac, un barrio en la memoria (Instituto Mora, 1999). “Tales acontecimientos recibieron el mismo tratamiento por los habitantes, el de insertarles sus percepciones subjetivas , sus aventuras como niños y adolescentes, impresiones tendientes en ocasiones a reforzar una visión maniquea de las figuras políticas destacadas o de los acontecimientos que afectaron su cotidianidad. Así, hablan de las huestes zapatistas y obregonistas, y de la amenaza constante de que Mixcoac se convirtiera en palestra de sus rivalidades”.

En su recorrido para encontrarse en San Cosme con las tropas de la División del Norte encabezada por Pancho Villa, los zapatistas cruzaron por Mixcoac la madrugada del domingo 5 de diciembre de 1910. Según algunas crónicas saquearon a su paso varias de las ricas fincas de verano –símbolo de la ostentación porfirista— cuyos propietarios las habían prácticamente abandonado por el avance de los revolucionarios. Incluso se posesionaron de ellas para pernoctar, como habría ocurrido con la famosa Casa árabe de la familia Serralde. “Estuvo muy dura la Revolución”, contó precisamente Víctor Serralde, el 18 de mayo de 1992, en uno de los testimonios recopilados por el Instituto Mora. “Había la cuestión de que no podía salir uno a la calle, si no andaban por ahí los yaquis registrando a todos y había mucha prohibición de que salieran las gentes. Cuando comenzaban a tocar su tamborcito y a gritar, pues todo el mundo se espantaba. Venían los zapatistas, se escondían entre las vías y ahí se agarraban a balazos; entonces como no había Cruz Roja se le ocurrió a mis familiares poner la Cruz Roja en el cine que teníamos. Pero heridos de la Revolución realmente no hubo, lo que había mucho eran niños; como no tenían que comer, las señoras se dedicaban a andar levantando ratas y matando perros y gatos. Iban a los cuarteles a recoger el maíz pisoteado por los caballos, lo ponían a hervir con quién sabe qué clase de yerbas, y se lo daban a los niños, a quienes les crecían las barriguitas. Murieron varias criaturas. Como no había coches ni dinero, todos trabajábamos de balde, recogiendo heridos. La Cruz Roja hacía colectas para traer maíz, frijol y todo de Toluca, y era lo que obsequiaba a la gente pobre. Había una pobreza absoluta”.

También conmovedor es el relato que Manuel González Santana hizo el 28 de octubre de 1991. Su hermano Rafael era enemigo de Porfirio Díaz, al grado de que un día él y un amigo periodista que firmaba sus artículos como Rick apedrearon al dictador cuando regresaba a Palacio Nacional de inaugurar el Ángel de la Independencia. “Luego luego los cogieron y se los llevaron a la cárcel. Pero ahí los tuvieron nomás el 15 y 16 (de septiembre de 1910), pues al ver que se trataba de chamacos los dejaron sueltos. Pero eso sí prendió fuego en el corazón de mi hermano, y en la primera oportunidad se fue (con Lucio Blanco) a la Revolución”. En su relato, Manuel González aseguró haber “defendido” Mixcoac algunos años después con una carabina. Tenía 13 o 14 años de edad. “Lucio Blanco era el que guarnecía para los carrancistas toda esta sección: Mixcoac, San Ángel y Contreras. Los carrancistas llegaron en tal número y tan sorpresivamente que los zapatistas se fueron”, dijo. Entonces su hermano Rafael le llamó para avisarle que se encontraba viviendo en la calle Molinos de Mixcoac y que le pedía ir a recoger algunas pertenencias suyas, pues tendría que volverse a marchar. “Vine a Mixcoac para recoger eso. Pero cuando llegué ya no estaba mi hermano”.

De los estruendos de la guerra durante esa etapa habló Salvador Fernández del Castillo, en una entrevista realizada el 17 de enero de 1992. Dijo que en el año 1915 hubo “balaceras todas las tardes y todas las noches”, porque entre los carrancistas –apostados en Tacubaya—, y los zapatistas –atrincherados por los rumbos de San Ángel— estaba el Manicomio de La Castañeda, “un lugar muy codiciado” por estar en un punto alto y consecuentemente ser estratégico. En esa cruenta lucha Mixcoac pareció ser por semanas o meses “tierra de nadie”. Fernández recordó que los zapatistas soltaron desde Contreras un tren vacío para comprobar que la vía no estuviese minada. “¡Pero si ya los carrancistas habían roto el puente!”.

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