Ciudad de México, octubre 15, 2024 10:19
Opinión Rebeca Castro Villalobos

El apagón:¡ahí está el cucu…!

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Ya con conocimiento de que sería por varias horas nocturnas, mi padre sacaba de su mesa de herramientas un cúmulo de velas que, ya prendidas, con su misma cera que escurría las colocaba en botellas de refrescos, de vidrio.

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

Muy a propósito de los cortes de energía eléctrica, que por lo menos aquí en mi terruño iniciaron desde el lunes por la tarde y continuaron este martes (cuando trataba de iniciar este texto), aunque ahora sí hubo previo aviso de los que mandan, difundiendo en redes sociales que nos quedaríamos a oscuras de las dieciocho a veintitrés horas en varios estados del país, específicamente en el centro.

Empero, esos que ordenan, hacen y deshacen, no precisaron si sería continúo o escalonado; a lo cual finalmente se tuvo que explicar: que no duraría más de media hora, cada apagón, y posteriormente retornaría. O sea, ni para qué molestarse en poner a la hora el reloj despertador, o conectar el teléfono inalámbrico, o de plano guardar los cerillos para prender una de las dos veladoras con las que cuento en casa.

A según los que saben (o dicen conocer)  los recientes apagones  primero en estados del norte del país, obedecen al exceso de frío, y para muestra basta ver las imágenes de algunas ciudades de esos lares. Pero también requeteaseguran es por la falta de gas, toda vez que México no es un país actualizado y en gran porcentaje su energía eléctrica  la generan  con gas o petróleo.

Otras voces recriminan que nuestro país no es autosuficiente y depende totalmente de los Estados Unidos, (no somos autosuficientes) incluso al grado de que si se quiere suspender el suministro, casí el la mitad del país se quedaría sin energía eléctrica.

Será el sereno, lo que sí es que estos apagones me remontaron a  mi infancia, incluso a mis años de juventud. Parte de mi larga lista de traumas y/o pánicos (ya no sé como catalogarlos) estuvo por mucho tiempo el del miedo a la oscuridad para después transformarse en temores nocturnos.

El típico “ahí está el coco”, para mí en realidad era una amenaza que me imposibilitaba entrar a una habitación, si la luz no estaba prendida. De este modo, como compartíamos cuarto, mi hermana tenía que ser la heroína, siendo la primera en ingresar y prender las lámparas del techo y buró. El coco, cucu o cucuy, es una criatura ficticia de origen ibérico, caracterizado como asustador de niños, personaje que en mi caso surtió efecto por algunos años.

Recuerdo que en caso de que la energía eléctrica fallara y toda la casa familiar quedara en penumbras, después de consultar telefónicamente en la dependencia encargada lo sucedido y el tiempo estimado de su retorno, porque he de decir que mi padre trabajaba, desde sus orígenes como empresa norteamericana (Guanajuato Power and Electric Company), hasta que se convirtió en Comisión Federal de Electricidad (CFE), por lo que tenía un poco más de acceso a la información.

Ya con conocimiento de que sería por varias horas nocturnas, mi padre sacaba de su mesa de herramientas un cúmulo de velas que, ya prendidas, con su misma cera que escurría las colocaba en botellas de refrescos, de vidrio.  Aquí reveló que mi madre siempre ha sido especialmente cuidadosa con todo lo que represente fuego por lo que nos mantenía alejada de los también llamados “cascos”.

Quizás no por el mismo motivo, pero fue algo que siempre le dio tranquilidad, es que la estufa, como otros aparatos de cocina y limpieza eran eléctricos, al igual que los calentadores de los baños. O sea, su vida (o nuestra vida) siempre giró en torno a la electricidad. Tanto que fue más que difícil el día que hubo que modernizarse y cambiar la estufa por una de gas o el calentador por uno solar.

Retomando el tema, durante los cortes las muy creativas botellas alumbradoras se esparcían por lugares inteligentemente asignados. Así, una o dos muy a distancia,  en medio del amplio lobby, para que pudiera iluminar un poco la entrada de las recámaras, mismas que se encontraban alrededor. Otra más en uno de los baños, que era el más socorrido en las horas nocturnas.

Pese a  estar acompañada, el acostarme e intentar dormir apenas con el resplandor de las velas, era una tortura. Veía figuras diabólicas entre las cortinas, en los clóset (más si alguno de ellos se encontraba medio abierto) y del espejo del tocador, ni siquiera reincorporarme y verme, porque estaba cierta encontraría al más espantoso monstruo.

Conforme crecí, naturalmente tuve que enfrentarme a la oscuridad. Era yo ya muy valiente para ir al segundo piso de la casa, o entrar a la recámara y baños, exitosamente lograba prender la luz.

Después de esa etapa, desconozco que suceso en mi vida desató el temor nocturno. Esos episodios de gritos, miedo y agitación del cuerpo mientras uno duerme y al despertar lo primer que se busca para aligerar los síntomas es la compañía o el sentirse protegido. Así, varias veces terminaba en la recámara de mis padres, si no precisamente en su cama, aunque fuera acostada en el suelo con mi almohada. Afortunadamente el piso estaba alfombrado, y de ello no se daban cuenta hasta el día siguiente.

Un sin fin de noches y por muchos años, siendo universitaria e incluso casada, ocurría lo mismo; sin embargo, como otros tantos problemas mentales, el de los terrores nocturnos, logré superar. Hoy en día por varias circunstancias vivo sola, en una pequeña, pero cómoda casita muy a distancia de mi madre, hermanas o hermanos. Ah, y duermo con todas las luces apagadas, haya o no corte de energía.

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