Ciudad de México, noviembre 24, 2024 04:19
Opinión Francisco Ortiz Pardo

El Konditori y El Buen Bife

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Debería haber algo para apoyar de manera especial a los negocios que se vuelven parte de la identidad de esta ciudad –patrimonio intangible– sobre todo cuando se enfrentan a situaciones críticas externas.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Poco a poco se van desdibujando las marcas de las calles que tanto caminé en mi juventud vallesina y que se convirtieron en un referente cultural de la ciudad. Parece mentira que diferentes depresiones económicas hayan alcanzado al Konditori primero y El Buen Bife después, dos de los más emblemáticos y exitosos restaurantes de nuestro terruño.

Uno frente a otro, en las alas poniente y oriente de la Avenida Insurgentes Sur, a unos metros de la confluencia con el Eje 7 Sur Félix Cuevas, ambos negocios coincidieron por dos décadas y no pasaron inadvertidos para un montón de personalidades políticas y de la cultura, a quienes no era raro ver departir con periodistas allí mismo.

En una parte de mi vida fue tan importante el Konditori que lo solía llamar “mi oficina”. En los primeros años de Libre en el Sur, mi papá y yo llegábamos prácticamente a diario a tomar café, donde platicábamos los asuntos periodísticos a tratar o compartíamos los temas de interés diverso que ocupaban las páginas de los diarios. También nos citábamos, a veces, con colegas.

Durante varios años, en el restaurante de especialidades nórdicas nos fue recibida la edición impresa de nuestro periódico, de la que entregábamos cada mes un centenar de ejemplares que eran colocados en un espacio dispuesto para los diarios nacionales. No había ocasión en que si uno llegaba por la mañana no descubriera el encuentro de algún columnista con algún funcionario o líder partidista. Pero contrastante con un tiempo en el que invariablemente había que esperar a la asignación de una mesa, el lugar se fue vaciando.

Una aparente incapacidad para adivinar por dónde debían darse los cambios en la oferta para los clientes provocó que el restaurante aumentara sus precios y redujera las opciones en la carta. Desaparecieron de manera inexplicable el suculento plato de tapas escandinavas y el fetuccini “a los tres hongos”. El café, antes aromático y con cuerpo, se volvió insaboro y el otrora ambiente acogedor se fue enfriando en la medida de sucesivas transformaciones de su fisonomía ante el surgimiento de nuevos competidores.  

Así, el restaurante que se había beneficiado con el cierre del también legendario La Veiga, desde donde estos personajes caminaron una cuadra y trasladaron sus tertulias al inmueble ubicado en la esquina con Carracci, en Insurgentes Extremadura, terminó siendo abandonado por ellos mismos, que se cambiaron al Marie Callender’s, frente al Parque Hundido.

Paulatina fue también la desaparición de El Buen Bife, en la esquina de Duraznos e Insurgentes Sur, del lado de la colonia Tlacoquemécatl Del Valle, al que los concurrentes alternaban con El Cambalache, su competencia de cortes argentinos que todavía está a dos cuadras de ahí.

Juan Miguel Colín, el dueño, me habló de las dificultades que tuvo que sortear hace 13 años por la construcción de la malograda Línea 12 del Metro, que fulminó varios negocios de la zona en la época en que justamente cerró El Konditori. Y la libró apenas. Pero con la avalancha de degradación económica producida por la pandemia no pudo más y, ahogado el negocio en el adeudo de rentas acumuladas, fue desalojado del inmueble que ocupó por 32 años la mañana de este martes.

Siempre he pensado que debería haber algo para apoyar de manera especial a los negocios que se vuelven parte de la identidad de esta ciudad –patrimonio intangible– sobre todo cuando se enfrentan a situaciones críticas externas. Ya lo sé: es el capricho por no poder ver más el paisaje que me acompañó cada vez de las muchas veces que caminé por esas banquetas desde donde, casi como un juego de curiosidad, me detenía a mirar quién se gastaba su sueldo en un buen filete.  

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