Ciudad de México, noviembre 23, 2024 02:14
Opinión Patricia Vega Revista Digital Noviembre 2023

El indispensable cartero

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El sonido de un silbato, del timbre del domicilio, un toquido en la puerta o un pregón anunciaba la presencia del anhelado cartero que, sin falta, nos hacía llegar noticias de nuestros seres queridos, papelería oficial y comercial, así como folletos y panfletos de diversa índole. 

POR PATRICIA VEGA

Desde las primeras lecciones de Historia de México, durante la educación primaria, quedé fascinada por el relato de los primeros mensajeros que antecedieron a nuestros actuales y queridos carteros que aún continúan dedicados a un oficio de gran utilidad y tradición y que, a pesar de los embates tecnológicos, se resiste a morir debido a su valor comunicacional.

De entre todas las estampillas mexicanas que coleccioné de niña, recuerdo en particular la impresa en azul con marco rojo, con valor de diez centavos y que captura la imagen de un mensajero azteca que corre a toda velocidad sobre un camino que tiene como fondo un volcán y una pirámide. La misión de este antiguo mensajero –había paininis, yciucatitlantis, tequihuatitlantis y tamemes– era la de entregar de inmediato el pliego enrollado que vemos en su mano derecha.

Todavía cierro los ojos para imaginar la cantidad de corredores veloces que, en relevos, fueron necesarios para confirmar a Moctezuma, el emperador mexica de ese tiempo en la gran Tenochtitlan, la noticia del arribo de “hombres blancos y barbados” a las costas de lo que hoy conocemos como Veracruz. No me equivoco al afirmar que la crónica de los hechos en mensajes o cartas y su posterior dispersión a través del correo tuvieron un nacimiento casi simultáneo.

Con el paso de los años la instauración de oficinas postales para el manejo y distribución de cartas se convirtió en una de las organizaciones más necesarias en nuestras sociedades. Así, la figura del cartero se convirtió en una presencia familiar que entregaba en su destino final, nuestros hogares, mensajes y paquetes.

El sonido de un silbato, del timbre del domicilio, un toquido en la puerta o un pregón anunciaba la presencia del anhelado cartero que, sin falta –lloviera, tronara o relampagueara, como decía el antiguo refrán–, nos hacía llegar noticias de nuestros seres queridos, papelería oficial y comercial, así como folletos y panfletos de diversa índole. 

En nuestro país, el 12 de noviembre, el Día Nacional del Cartero para reconocer la gran utilidad de su oficio. Ese día es costumbre recibir en nuestros domicilios un sobre vacío que, generalmente, regresamos con gusto a nuestro cartero con una gratificación económica adicional su precario salario, por su servicio a la largo del año.

En lo personal mi aprecio por los carteros es enorme: han puesto en mis manos una gran cantidad de misivas con noticias de familiares y amistades con quienes he mantenido una correspondencia de manera asidua. Durante algunas décadas de mi actividad profesional, complementariamente a mis textos periodísticos solía escribirme tarjetas postales para no olvidar la experiencia, sobre todo si viajaba como enviada especial a distintos lugares tanto en el país y como en el extranjero.

Allá, por 1961 se hizo muy popular la canción Please Mr. Postman (Por favor, señor cartero) a cargo del trío estadounidense The Marvelettes; años después el gran cuarteto de Liverpool, The Beatles, hizo su propia versión de la canción; sin embargo, a mí me tocó el esplendor de la interpretación del dueto australiano, The Carpenters, que en 1975 se convirtió en un hit mundial. Y eso que Karen Carpenter aparecía tomada de la mano del Pato Donald y del ratón Miguelito, en pleno Disneylandia, durante el videoclip. Me apena admitir tanta cursilería, pero esa fue una de las canciones que más he cantado a todo pulmón.

Otro entrañable homenaje cultural a los carteros se encuentra en el filme italiano de 1994,  Il Postino (El Cartero), a cargo del realizador inglés Michael Radford. Es una adaptación de la novela Ardiente paciencia del chileno Antonio Skármeta que, al girar en torno a la amistad entre un cartero y el poeta Pablo Neruda, se convierte en un poderoso manifiesto en favor del poder de las palabras, en particular el de los poemas de amor.

A la fecha, cada Navidad recibo las cartas o tarjetas que anualmente me escribe, desde Ibi, España, mi querida amiga Josefina Pérez Juan. Conocí a Fina, junto con su hija Rosa Ibáñez Juan, en el verano de 2015, cuando coincidimos como peregrinas recorriendo a pie, durante 12 días, parte del largo Camino a Santiago de Compostela. Una experiencia que jamás olvidaré porque ese año pude cumplir, por fin, mi sueño de celebrar, el 25 de julio y en su propia catedral, tanto el nacimiento del Apóstol Santiago como el mío propio.

Ninguna red social, mensaje instantáneo o correo electrónico, tendrá jamás el poder de esas cartas escritas a mano con tinta sangre del corazón. Cartas, misivas y otros documentos que llegan a sus destinatarios gracias al servicio honrado de un apreciado cartero. En mi caso el cartero generalmente me hace feliz al entregarme carta escritas a mano, pero a veces me provoca dolores de cabeza al recordarme mis adeudos. Lleva por nombre Bulmaro García Morales y todos los días pasa frente a mi edificio con sus alforjas de lona él mismo montado en una motocicleta a la que nada ni nadie detiene.

¡Mil gracias!

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