Ciudad de México, abril 23, 2024 02:33
Opinión Francisco Ortiz Pardo

EN AMORES CON LA MORENA / La muerte de los discos

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Con mis regalos de las navidades y los cumpleaños o aprovechando mis ahorros en las ofertas de tres por dos de Julio Regalado fui juntando una pequeña pero valiosísima colección de cedés, cuyas coberturas eran todavía obras de arte-objeto.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Deambulo por mis calles vallesinas para tratar de entender lo que ha pasado. No me refiero a lo obvio, conocido por cualquiera al que le quede conciencia y sentido común acerca del fracaso gubernamental frente a la pandemia y las consecuentes muertes que se pudieron evitar. Lo que tengo pendiente es tratar de entender cómo aparece el nuevo mundo a través de la comunidad, las sombras de lo que se fue y también de lo que puedo salvar en mi memoria. Donde hubo una pizzería ahora hay un Oxxo y donde estuvo un restaurante ahora hay una farmacia. Me sorprendo de que la librería de viejo ubicada en la esquina de Félix Cuevas y San Francisco ha sobrevivido a todo, a pesar de que en dos décadas fui el único visitante en Comala, cuando entré a vender libros y no a comprarlos.

Es una tarde otoñal con frío de invierno y un velo apaga los rayos del sol de un cielo azulísimo. También parece que le han puesto silenciador al ruido de los autos, que a la vez avanzan en cámara lenta. Hay cruda del Buen Fin y compradores despistados buscan de último momento algo más entre la farsa de ofertas y plazos sin intereses. Un lugar otrora litúrgico yace vacío, relucen los vendedores con su uniforme azul eléctrico ante el imperante blanco.

Donde hubo devoción mercantil por la música, hoy se abre el espacio al cablerío para celulares y tablets y aparatos de masajes. En lo más profundo del Mix Up de Galerías Insurgentes queda, cual museo, un anaquel de cedés, más bien de importación, algunos de ediciones especiales. Me cuenta una empleada que en marzo, en plena pandemia, le dieron entrada cabal a la era digital y de paso barrieron parte de mi historia. Tal vez ella me notó tan compungido que se sumó a lamentar el paso del tiempo. “Cambió el concepto”, quiso definir.

De chaval por estas fechas, cuando comenzaban a adornar las tiendas con lucecitas y arbolitos, ya me asomaba al Aurrerá para el festín. Solo verlo era un alivio de soledad y el que tenía los pesos para comprarlo se convertía en mi cómplice: A Kiss me lo mezclé con Silvio Rodríguez y a The Beatles con Abba, porque siempre tuve gustos culposos pese a mis rebeldías y el pelo largo. No sé cómo es que relaciono el frío en mi cuerpo con aquella tonadita de Hands up, baby hands up. Duele más cuando no hay olvido. Un día quité el celofán al LP de The eye of the tiger, de Survivor.

De ceremonia especial fue tomar por la orillita el Yes Songs para abrirlo de una manera tan minúscula como la anchura del chuchillo que usé y que incliné hacia un costado para no rayar la preciada joya, que luego extraje de su nylon perfectamente arrugado. Con mis queridos amigos Adrián Reyes y Sergio Vergara seguí rituales de grabación de discos a casetes “vírgenes” sony. Ya que Police, ya que los Who, ya que Led Zeppelin, ya que Pink Floyd… y hasta asomé a las notas tenebrosas de AC/DC. No puedo negar la influencia que tuvieron en mi formación los discos de Paul Anka que escuchaba mi mamá. Ni las rondallas, los covers mexicanos del rock and roll o algunos baladistas, como cuando te gustan los gatitos pero eres alérgico. Me encantaban los Rolling Stones pero un hechizo me impidió que comprara algo de sus satánicas majestades por varios años, hasta que llegaron los cedés.

Y entonces vino la cascada. Y la locura del alto volumen: renegué de la trova cubana en paralelo a mi desencanto por su revolución y con mis regalos de las navidades y los cumpleaños o aprovechando mis ahorros en las ofertas de tres por dos de Julio Regalado fui juntando una pequeña pero valiosísima colección de cedés, cuyas coberturas eran todavía obras de arte-objeto. Nos volvimos ochenteros con el Rock en tu Idioma, cuyas creaciones se fueron escondiendo con el tiempo entre The Cure, Peter Gabriel, Dire Straits, Bob Dylan, Soda Stereo, U2, Leonard Cohen, Mozart, Vivaldi, Ray Charles, James Brown… así como un cantautor ibérico que se volvió de mi culto tan pronto lo descubrí en Rock 101: Joaquín Sabina. Una colección de 70 canciones por sus 70 años, de edición limitada, fue lo último que compré, antes de la pandemia. Lo conseguí en Amazon porque en Mix Up estaba agotado.

Hoy esa tienda es un panteón.     

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