Ciudad de México, octubre 14, 2024 14:50
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / Los que se quedan… con el Oscar

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En la película ‘Los que se quedan’, los personajes son delineados en su frustración y desarrollados en sus cualidades. Hay que verla con el ojo de lo que no cuadra.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Si la magistral actuación de Leonardo Di Caprio en Los asesinos de la luna, película dirigida por el mítico Martin Scorsese, no mereció ser nominada para el Oscar, habrá sido por algo. Y como de repente, aunque estaba allí, Paul Giamatti aparece como el gran favorito para llevarse la estatuilla de entre los postulados dados a conocer este martes por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas.

Y es que Giamatti (que ya ha sido nominado a mejor actor en dos ocasiones anteriores), personifica en Los que se quedan al malévolo profesor que prácticamente todos hemos conocido alguna vez; y logra exitosamente la evidente encomienda del cineasta Alexander Payne de convencer al espectador de que no hay malos hombres por naturaleza sino que las circunstancias y sus historias, allende filosofías que escudriñen azares y causas, esconden su bondad.

El propio Payne apareció como el gran retador de las super producciones hollywoodenses que este año –nadie lo discutía— encabezaban las preferencias en la competencia por mejor película: Oppenheimer, Barbie y Los asesinos de la luna. Lo extraordinario de todo esto que Los que se quedan, cuyo título original en inglés es The Holdovers, lo está logrando con mucho menos recursos que aquellas cintas y con un as bajo la manga, su guión, por el que también se ha ganado una nominación, una creación original de David Hemingson.

Aquí comentamos en diferentes ocasiones esa parte feliz de esta época en que el cine, en diferentes partes del mundo, se inclina más por explorar en la conducta humana, la profundidad de la soledad y los vacíos existenciales en medio de la vorágine, las prisas, los consumos de las sociedades llamadas modernas, a las que ya se les daba ese nombre en las postrimerías de los años sesenta, donde está situada la historia. Los que se quedan son paradójicamente los que no iban por el Oscar porque no son personajes de historias idílicas ni épicas o políticamente correctas.

Se trata en realidad de una cinta modesta que ha reencontrado al actor prinicpal y al director dos décadas después de que hicieron Entre copas (Sideways, 2004); la historia de Navidad que por fin se aleja de la frivolidad y los lugares comunes y los intercambia por la esperanza para los deprimidos por soledad de origen, los que no pueden elegir siquiera a qué fiesta ir, mientras los que se van –muchos de los cuales somos nosotros— nos desgastamos frente a la obligación de ir a lo que no queremos, el encuentro que nos agobia, la reunión obligada, como bien explicaron especialistas que entrevistamos para la edición de diciembre de la revista digital de Libre en el Sur, en un trabajo intitulado Sobrevivir a la Navidad.

Pero esperanza suena como una palabra fácil que se puede acomodar a su antagonismo, la desesperanza, y la verdad es que en este caso el tratamiento es muy elaborado porque dicha esperanza surge de la posibilidad de ver la tristeza de uno en la tristeza del otro, y la alegría solo en la medida en que podemos ver la alegría de los demás. Los personajes, delineados en su frustración y desarrollados en sus cualidades, nos conmueven porque nos dicen que mucho de lo de ellos está en nosotros, aunque prefiramos el egoísmo que da la posesión.

El mismo ojo dañado del profesor, que le da físicamente su expresión malévola, se va convirtiendo en el principal elemento de su compasión por el chico desarrapado emocionalmente, abandonado por su madre y su padrastro y convertido repentinamente –así mismo como la irrupción de la película en la cartelera y en los premios— en un padre que le da justo la mirada de ternura que necesita. Y eso sí que es importante en la vida, más que la obsesión por acreditar una materia o superar el regaño de un profesor que, por estigmatizado como el malo, es también el sujeto de las burlas, de los desahogos de los que al final sí se pueden ir pero con toda la carga del equipaje que no sabrán dónde colocar.

En guionista, director y actores hay además el mérito de ese humor que parece como que se escapa de la pantalla, como haciénonos creer que es involuntario, engañándonos con su inteligencia en las escenas más dramáticas de la tristeza. Y entonces es el espectador el que ve su propia vida en la tristeza de los otros, con sus buenas y sus malas pero donde aparece la confianza de que también es la risotada producida en medio de la tragedia el bálsamo que nos anima a pensar que todo dolor es pasajero… o que no lo es tanto.

Vale la pena ver Los que se quedan con el ojo que en algún sitio tenemos lastimado, con el que menos nos cuadren las cosas. Y sí, antes de que gane el Oscar para que no sea ese prejuicio el que nos haga decir que es una gran película.

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