Ciudad de México, abril 24, 2024 00:20
Rebeca Castro Villalobos Opinión

Nunca es tarde para cumplir un sueño

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Más que relatar sobre mi afición musical, lo que ahora me produce emoción –y orgullo– es recordar que gracias principalmente al piano estuve sentada en medio del escenario del majestuoso y siempre bien ponderado Teatro Juárez, en Guanajuato capital, que por cierto, junto con la Alhóndiga de Granaditas es uno los sitios más emblemáticos del Festival Internacional Cervantino que actualmente vive su edición 49…

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
No seré la única persona que desde temprana edad mostró preferencia por un quehacer (o deshacer) en particular, al margen de las obligadas actividades escolares. En mi caso fue el de aprender a tocar el piano, arte a la cual desde que tuve uso de razón siempre estuve ligada por herencia de los ancestros de Rebeca, mi madre.
Pero más que relatar sobre mi afición musical, lo que ahora me produce emoción –y orgullo– es recordar que gracias principalmente al piano estuve sentada en medio del escenario del majestuoso y siempre bien ponderado Teatro Juárez, en Guanajuato capital, que por cierto, junto con la Alhóndiga de Granaditas es de los sitios más emblemáticos del Festival Internacional Cervantino.

Por cierto, en esta 49 edición del FIC, que inició el pasado día 13 y concluye 31del presente, el recinto es parte de las sedes donde se presentan de manera presencial, aunque también virtual e híbrido, eventos tanto del país como del estado invitado: En esta ocasión Cuba y Coahuila, respectivamente.

Tendría acaso diez años de edad cuando con motivo de un festival del siempre Benemérito Instituto Lasalle, escuela de la orden de las Hijas Mínimas de María Inmaculada, donde curse desde kínder hasta secundaria, cuando la “madre San Rafael”, mi primera maestra en ese oficio me designó para que tocará una de las tantas rondas infantiles que me enseñó durante lo que fue el primer año de sus clases.

He de decir que tan sólo de saber que estaría en ese magno escenario, tanto mi madre, mi abuela y demás parientes no cabían de gusto. Y aunque no todas presencialmente, para usar un término tan actual, pero me hicieron llegar arreglos florales como si en verdad se tratara de una gran pianista.

Más adelante les contaré el motivo de tal algarabía familiar, mientras por mi parte el pánico estaba a punto de invadirme al escuchar que estaban por alzar el telón, el cual por cierto, para los que no lo conocen es emblemático porque recrea un fragmento del cuento de hadas “El cuerno de oro de Constantinopla”, elaborado por un artista francés de nombre Labasta.

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Y ya que les refiero algunos datos, destacó que dicho Teatro, primero se erigió en la calle de Sopeña, en un predio en el que se encontraba el primer convento de la orden de los franciscanos descalzos: San Diego de Alcalá, que fue destruido a raiz de las Leyes de Reforma. Aquí, curiosamente vale la pena mencionar que el nombre del recinto obedece precisamente al promotor de la Reforma, el ex presidente Benito Juárez García.

Posterior a la destrucción del convento, se construyó un hotel, “Del Emporio”, mismo que ante el descontento de la sociedad, tuvo que cerrar sus puertas para dar lugar a la construcción del Teatro, que se mando construir en 1872 por el entonces gobernador de Guanajuato, el general Florencio Antillón, quien quería un recinto a la altura de los mejores del país.

Fue el arquitecto José Noriega quien estuvo inicialmente a cargo de la obra. Veinte años después quedaría en manos de reconocido arquitecto Antonio Rivas Mercado, creador de la columna del Ángel de la Independencia en la Ciudad de México, entre otras obras destacadas.

El telón “El cuerno de oro de Constantinopla”.

El Teatro se construyó siguiente una propuesta arquitectónica ecléctica, la cual incluye tanto elementos clásicos como soluciones constructivas novedosas para el siglo XIX, destacando la fachada monumental de cantera inspirada en los templos griegos de estilo dórico.

A tan magno recinto se accede desde la calle por una gran escalinata flanqueada por grandes farolas y dos piezas en bronce de leones sedantes, creación del escultor Jesús Contreras.

El pórtico se compone por doce columnas dóricas estiradas de gran altura y un remate con balaustras de bronce en donde se yerguen ocho esculturas que representan a ocho de las nueve musas de las ciencias y artes. Cabe mencionar que las nueve musas se mandaron a hacer; sin embargo, ante el retraso de una de ellas se decidió colocar a solo ocho que además dan un equilibro visual a le edificación.

¿Y de su interior? El vestíbulo del teatro permite la iluminación a través de un gran domo de vidrio de estilo francés. La estructura de acero que lo soporta, así como la escalera central de cinco rampas son ejemplo de ingeniería avanzada para la época.

El recinto tenía una elegante cantina interior, cuya entrada era exclusiva para los caballeros de la época, misma de la que se destaca un gran trabajo de ebanistería fina, tanto en sus molduras como en la barra y taburetes. Aquí vale informar que las autoridades municipales y estatales recién aprobaron destinar sesenta millones de pesos para instalar en ese sitio una cafetería que funcionaría de manera permanente.

Lo anterior es parte de un proyecto para proteger el majestuoso recinto de algún siniestro, como ocurrido en Notre Dame, por lo cual entre muchos se contempla la renovación total del sistema contra incendio, mismo que más de algún guanajuatense ha cuestionado su antigüedad.

La sala de espectáculos, de estilo neomudéjar, es un ejemplo de opulencia y armonía estética. La planta en forma de herradura ofrece diferentes zonas y niveles en donde los asistentes podían disfrutar de las obras según la clase social a la que pertenecían. El fino decorado se logra con el uso de diferentes elementos, tales como lámparas de cristal, papel tapiz de diseños geométricos, maderas finas y herrería.

El inmueble fue inaugurado en 1903 por el presidente Porfirio Díaz, con la presentación de la compañía italiana Ettore Drog, cuyos artistas pusieron en escena una de las óperas más conocidas de Giuseppe Verdi: Aída.

Porfirio Díaz lo inauguró en 1903.

LA HERENCIA FAMILIAR
Respecto a la alegría familiar por presentarme en tan espectacular recinto, les hago saber que mi tío abuelo, Octavio Villalobos, aunque químico de profesión, amaba la música de piano y era asiduo a las tertulias con el piano que se resguardaba muy bien en la sala de su casa familiar.

También mi madre, me relata que formó parte de la lista de niñas y/ o jóvenes que tuvieron la oportunidad de tocar para el público guanajuatense en el Teatro Juárez.

Por mi parte, conforme crecí y las amistades requerían más mi atención que el tiempo de la ya para entonces muy anciana madre San Rafael; me aleje un tiempo del aprendizaje del piano hasta que mi mamá me persuadió de acudir con la madre del ahora gran concertista Enrique Diemecke, uno de los tantos integrantes de tan numerosa familia de músicos que arribaron a la ciudad.

Y es que el apellido Diemecke, aunque no lo parezca, es muy guanajuatense y está identificado a la vida cultural de la ciudad porque todos sus integrantes han dejado huella en el país y en el extranjero.

En fin, doña Carmen Diemecke hizo que renaciera en mí el gusto por el piano y si bien los conciertos que se llegaron a organizar ya no fueron en el Teatro Juárez, he de confesar que la calidad de las melodías que se interpretaban en otros recintos eran mucho mejores.

Aquí mi memoria no me ayuda y hay un vacío entre el aprendizaje con tan prestigiada maestra, hasta que recuerdo un día a mi madre nos presentó a mi cuñada Elia Ruth y, a mí, un hombre que sería nuestro maestro en este quehacer. Para lo anterior, eso sí, hubo que mandar afinar el viejo piano que a la fecha conserva mi madre, curiosamente como en la casa de Octavio, en la sala y por lo general resguardado.

En vísperas de llegar al sexto piso, cuando abordé el tema con mi mamá, me propuso buscar a un maestro de piano, afinar el instrumento y retomar mis clases, propuesta que al momento no he tomado muy en serio.
@FOBIA44

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