PK en vivo y a todo color
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PK te entrena, suda, canta, baila y te recuerda lo lindo que es vivir. PK, como espejo, te regala momentos de ridícula felicidad.
POR MARIANA LEÑERO
Cada vez que pensaba en un gimnasio la imagen que traía a la mente era un lugar lleno de espejos. Espejos que regresan miradas de: “te falta aquí”, “te sobra acá”, “nunca podré”… Miradas que deberían ser catalogadas como portadoras de peligrosas enfermedades mentales.
Por eso elegí correr y caminar. Ahí los espejos son el cielo, el sol y las nubes. Las miradas se acobijan hacia adentro y se mantienen durante el trayecto.
Sin embargo, considerándome ya madura, me animé a visitar un gimnasio. Al llegar me encontré con entusiastas deportistas de todos sexos, edades y tamaños. Mostrando músculos con “ganas de ser” y músculos de “ser ya mucho”. Los miembros paseaban apresurados de un lado a otro cargando con vigor y compromiso sus pesados termos de agua. Pasarela de atuendos deportivos último modelo.
A lo lejos escuché música a todo volumen, hurras y porras… Chismosa me apresuré a descubrir lo que estaba pasando. Era la clase de PK.
PK es el instructor de spinning más cotizado del gimnasio. Para participar en su clase hay que apuntarse en una larga lista de espera.
Desde fuera presencié el espectáculo. Más que un estudio era una discoteca llena de bicicletas y bailarines. PK guiaba a sus estudiantes a pedalear con enjundia. Subiendo y bajando en diferentes tiempos PK se comportaba como un director de orquesta pero de un concierto que poco tenía de solemne.
Pese a que consideré la clase ridícula, una especie de curiosidad me invitó a probarla. Fue así como conocí a PK en vivo y a todo color.
PK utiliza bocinas adicionales a las que cuenta el estudio junto con una pelota giratoria de discoteca. Durante la clase detiene la música para cantar a capela con pasión. Pese a que no es del todo entonado toma el micrófono imaginario y como en los conciertos entona “Eeeeh, ooooh”, para respondamos: “Eeeeh oooh”. Mientras pedaleamos uno se convierte en el protagonista de su propia alegría.
PK lleva globos si hay cumpleaños y dependiendo del mes utiliza atuendos representativos. Llama por su nombre a sus asiduos seguidores quienes aplauden al compás de la música. Ahora con la pandemia, PK utiliza un tapabocas con luces estilo arbolito de navidad.
PK se pasea entre las bicicletas y brinda chocando su termo de agua junto con el nuestro. Si hace calor nos invita a agitar nuestras toallas sobre la cabeza, como helicópteros: “Wave your soul, crew”. Grita extasiado.
PK se apodera de frases y coros de canciones populares: “I am glad you came”; “Cause I am happy”; “Do you know, I love you”, que hacen de la clase un evento que sientes familiar.
Viejos, jovenes, señoras, introvertidos, extrovertidos pedaleamos con la energía que nuestro cuerpo aguanta. Duro que dale, duro que dale.
La vida tiene tristezas para vivirlas a todas horas y al mismo tiempo, y si traigo cargando preocupaciones, PK las avienta fuera del estudio: “Negativity is not welcome here”. Grita. Y nos lanza cursilerías y coreografías. Las clases de PK te transportan a ese lugar donde se puede ser eufóricamente feliz.
El sentido de comunidad te abraza hasta los huesos para recordarte que no estás solo. La tristeza huye asustada y solo hay lugar para nuestros desentonados gemidos de cansancio. Hay que dejarse llevar sin prejuicios.
Por cada clase estoy en deuda con él. PK le brinda esperanza a mis dudas, esperanza a mis miedos. Me convierto en un personaje que exprime sentimientos melosos y ridículos que tanta falta hacen.
Seguro PK esconderá sus tristezas y problemas cuando enseña, pero sé que, como nosotros, los pone en pausa durante la clase. PK te entrena, suda, canta, baila y te recuerda lo lindo que es vivir. PK, como espejo, te regala eso que yo considero en vivo y momentos de ridícula felicidad.