Ciudad de México, abril 26, 2024 00:47
Elecciones 2018 Juan Carlos Pantoja Martínez Opinión

SINAPSIS / Liderazgo político

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

JUAN CARLOS PANTOJA MARTÍNEZ

En mi colaboración previa concluía con el señalamiento de que estas, y las tres elecciones presidenciables anteriores, han estado matizadas por un despliegue emocional, casi sin precedentes. En mi opinión se exacerbado el odio, enojo, coraje, burlas, que terminan en no pocas ocasiones en enemistades por un sin sentido. En buena medida este despliegue emocional, es inducido por complejos mecanismos de propaganda y cristalizan en la subjetividad de los ciudadanos, quienes, en realidad, somos quienes francamente perdemos.

La idea misma de debate, se ha trivializado en un deplorable espectáculo, que no permite apreciar una discusión seria, como amerita la ocasión, de los diferentes proyectos o programas de gobierno que defienda cada candidato o partido, terminando estos ejercicios, en la superficial valoración de un ganador o perdedor, lo cual abona a la irracionalidad en tanto resulta inevitable la filiación afectiva hacia una persona sin que se conozca y en consecuencia se valore lo que en estricto sentido le convenga al país.

El panorama se torna complejo, sombrío, los intereses de grandes sectores son demasiado altos y los ánimos muy crispados. El candidato que resulte electo, no va la va a tener fácil, independientemente de la distribución de votos para las cámaras. Ninguno candidato por sí mismo, contará con el suficiente respaldo y articulación de los sectores políticos, productivos, empresariales, populares, científicos, etcétera, que coadyuven al progreso de México.

Escena de Invictus, la cinta de Eastwood. Foto: Especial

Este contexto, con sus debidas proporciones, me llevó a recordar la película Invictus, (1990) adaptada del libro de John Carlin, Playing the enemy, protagonizada por el excelente actor Morgan Freeman y el no menos destacado Matt Damon, dirigida por Clint Eastwood.

De manera sintética, la película trata sobre un fragmento de la vida de Nelson Mandela (1918–2013), en particular cuando gana a la presidencia en Sudáfrica, su país natal, con el propósito de implementar una política que incentivara una reconciliación social.

Más allá del gusto cinematográfico, el contenido lo considero extraordinario por varios aspectos. Uno de ellos es que en la cinta a Mandela le queda claro que no puede iniciar su gobierno por la línea de la venganza o la revancha; si lo que importaba era una transformación radical, aquella no sería la vía, puesto que, entre otras cosas, se regresaría al punto de partida.

Mandela apuesta por una reconciliación; para ello, toma como bandera simbólica, un equipo de Rugby, deporte muy popular en este país, practicado en su mayoría por personas de raza blanca y con una enorme afición y seguidores de raza negra.

Lo que parecía irreconciliable, Mandela lo cohesiona, a partir de un enorme liderazgo con sensibilidad política, fortaleza, integridad, y como diría Jackes Derrida, con una excedencia de capital psicológico.

Si se vale soñar, quisiera ver, en nuestro país, a un presidente con un liderazgo tal, que como primera tarea propicie una cohesión social, para tener un rumbo consensado que permita a nuestra gran nación tener un rumbo claro.

Reitero que la analogía de esta película con nuestra actualidad, es guardando toda proporción posible.  Mandela es una de esas personalidades, que surgen cada siglo, y nuestros candidatos están muy lejos de ello. Sin embargo, quien resulte ungido, ya tiene o debiera tener, un modelo para al menos inspirarse.

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