Ciudad de México, noviembre 21, 2024 07:42
Opinión Mariana Leñero

Sofía

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

En su rápido crecer, dispuesta a descubrir lo que le esperaba, me empujó para dejarla ir.  

POR MARIANA LEÑERO

Sofia, nació el 26 de mayo del 2000. Mi chinitos de oro, mi pequeña y grande compañera. De ojos abiertos, mirada segura y poesía en el corazón. Cuando Regina tenía apenas 4 meses de edad, supimos de su existencia.  Ella reclama ser un “accidente” pero lo que siempre le quiero explicar es que hay de accidentes a accidentes. Los que causan daños como un choque o una lesión y los que son sorpresa, cambio. Accidentes que alteran la marcha prevista del camino y te llevan al camino de por aquí, en lugar del de por allá. Sofia es el accidente más bello que ha pasado en mi vida.

Nació como el amanecer, sin esfuerzo. Arropada en la calma de mi supuesta experiencia, para enseñarme que uno nunca es experto.

Cuando nació se prendió de mí, me miró a los ojos y me enamoré. Su olor  entró en mi vida para nunca jamás irse; como viento suave y olor a margaritas.   

–Déjame olerte- le he pedido desde entonces cada vez que nos visita.  Por más ridícula que parezca mi petición, ella se acerca sin dificultad. Coloca su cara sobre la mía, la estruja sin espacio alguno más que su olor.  Olor a viento suave y olor a margaritas.  En la soledad de su cuarto, que siempre la espera, me basta evocarla abriendo la puerta.  La traigo a mi vida. –Déjame olerte- le sigo pidiendo desde mis adentros.

Sofia nació con la virtud de las letras.  Desde pequeña nos sorprendieron sus cuentos, historias y poemas de fácil rima.  “Escribe Sofí”, le decía mi padre. “Tienes la gracia de hablar inglés y español. El mundo se extiende no por lo que dices, sino por cómo lo piensas”.

Sofía se levantaba temprano a vivir la vida.  Si no estaba escribiendo, pintando o imaginando mundos con sus muñecos, nos apuraba para salir a pasear.

Le gustaba ser la primera: la primera en subirse al columpio, la primera en probar el helado, la primera en subirse al trampolín, la primera en aprender andar en bici o en hacer snowboard. El snowboard, el deporte que ha compartido desde pequeña con su padre. Ahí ambos deslizándose por la nieve como si fueran nubes en el cielo nos llenan de vida, de complicidad, de eso que se llama amor.

En los juegos entre hermanas era común ver a Regina mirándola solo como espectadora, sorprendida por no decir asustada.  Sofia brincaba, corría, trotaba, pedaleaba, cantaba, bailaba sin parar. Cuando había que pintar, pintaba con las manos, con pincel, con los pies, con el pelo, con la nariz.  Si no le alcanzaba el papel, le alcanzaban las paredes, el piso, la ropa.  

Un placer verla comerse la vida como pastel y sin cuchara.  Había que aprender de ella, tirar lo convencional y darle la bienvenida a lo distinto. Aprender a buscar accidentes, accidentes que alteran la marcha prevista del camino, sorpresa y cambios.

Sofia sigue volando libre, dice lo que piensa, habla sin parar, cuenta historias originales y divertidas que nos invitan a volar aunque no tengamos alas. Palomita blanca enseñándonos a soltar, a salirse de la raya, a cortar de más, a gritar cuando se tiene que callar…

En su rápido crecer, dispuesta a descubrir lo que le esperaba, me empujó para dejarla ir.  

La separación fue escandalosa como su risa, sus chistes, su belleza, su amor. Creo que almas como la de ella provocan separaciones bruscas. Separarse por completo para luego acercarse.

Su regreso ha sido esplendoroso, con florecitas y arcoíris. Disfruto su dulzura en sus mensajes y en sus llamadas. Cuando me busca lo hace porque quiere y esa honestidad se siente en el alma. La veo enamorase y aprendo a enamorarme, la veo disfrutar y aprendo a disfrutar, la veo a crear diseños en sus cuadernos y aprendo a crear los míos: en papel y en la vida.

Nos abrazamos y nos besamos sin escrúpulos y sé que eso durar hasta la eternidad.

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