Ciudad de México, abril 26, 2024 04:44
Rebeca Castro Villalobos Opinión

Un pueblo fantasma

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Entre sus atractivos se encuentran los vestigios centenarios de las minas y haciendas de beneficio que recuerdan la riqueza de sus vetas argentíferas y auríferas…

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

Al igual que muchos otros recuerdos, el Facebook se ha encargado estos últimos días en acordarme algunos de nuestras travesías que, con motivo de nuestro patriótico aniversario, realizábamos por algunas ciudades.  Casi siempre, debido a mis obligaciones de burócrata, se intentaba que fueran cercanas al terruño.

Sin embargo, a veces se rompía la regla y con un permiso de ausencia de un día en mano, tomábamos camino, como fue uno de nuestros viajes a tan maravilloso Pueblo Mágico: Mineral de Pozos, en San Luis de la Paz, municipio colindante con el vecino Querétaro, cuya ruta incluso es más corta si, como Paco, viajan desde la Ciudad de México.

En nuestro caso era al contrario. Salíamos en mi auto desde la capital del estado, osease mi terruño, para tomar carretera. Desconozco si desde nuestra última visita a ese lugar exista otra vía menos larga para arribar, porque en total el recorrido tiene una duración aproximada de  casi dos horas, según indagué. Aunque he de reconocer que para mí fue mucho más tiempo, quizás por los altos en el camino o el desconocimiento de la ruta.

La primera vez que escuché hablar de Pozos fue por Bill, un inquilino estadunidense que rentó una habitación por varios meses, creo que años, en la casa familiar, concretamente en uno de los  dos cuartos del jardín, que después de ser alojamiento para la servidumbre pasaron a convertirse en la guarida de mis hermanos mayores, hasta que partieron para casarse o estudiar en otro lado.

Atinadamente, mis padres construyeron entre ambas habitaciones un baño completo, espacio que terminó siendo para los constantes huéspedes, todos extranjeros, que mi madre gustaba recibir, además de que le representaba un ingreso para cumplir sus nada baratos gustos le acrecentaban la cultura y la inquietud por conocer nuevas ciudades y países. Y es que a la larga lista de estadunidenses, se sumaron también japoneses y alguno que otro europeo, los que llegaron a vivir relativamente en casa.

En fin, Bill, hombre de gran tamaño, cuarentón, divorciado y sin ninguna apremiante necesidad económica y ocupacional;  llegó a integrarse plenamente con la familia, teniendo  siempre un espacio en la mesa y lugar reservado en las fiestas o eventos. A la primera que se le invitó a la comida de los domingos, no hubo modo que posteriormente dejara de aparecerse por la terraza de la casa familiar con una grande hielera, atiborrada de cervezas, siempre con cigarro en mano y aportando económicamente para la compra de carne, chorizo, tortillas o lo que se pudiera.

Para mi hermana Patricia y para mí, su presencia fue muy importante en esos años de juventud. Ambas, integramos a un sui generis grupo de amigas y amigos, que gustábamos de los juegos de mesa… pero más de la bohemia dos o tres veces a la semana. Algunos, todavía estudiantes, como el ahora mi cuñado y compadre, o trabajosos como yo, que al dejar oficinas y pisar la calle “casualmente” coincidíamos en La Ronda, un peculiar centro botanero ubicado casi en pleno Jardín de la Unión de la capital guanajuatense.

Muy oportuno que en esa ápoca mis padres se dedicaran a viajar, dejando a los que todavía vivíamos ahí a cargo de la casa. No se diga más, a partir de entonces las reuniones de los cuates en la terraza, con Bill como principal protagonista fueron incontables hasta que cierto día inició con un ir y venir a su país, siempre regresando con sorprendentes novedades, como una camioneta para viajar, un costoso aparato de sonido, o simplemente la novedad de un nuevo desafío mental para jugar.

Al final, después de que hizo su lucha con todas las féminas que pertenecíamos al grupo, Bill se fue alejando, e inicio su búsqueda por encontrar a su nueva media naranja. Recuerdo a una o dos que pasaron por la “venía” de la familia, organizando una comida para presentarlas, lo cual tampoco prosperó.

Fue entonces que decidió tomar camino y viajar por varias zonas del país. Eso sí, siempre pidiéndole a mi madre tener disponible su habitación para cuando regresara. Mi mente no me ayuda.  Sólo sé que un día se presentó con una mujer, mexicana eso sí, con la que decidió emprender la aventura y abrir un restaurante precisamente en Pozos.

El Mineral de Pozos estaba siendo redescubierto, pero por extranjeros, casi todos estadunidenses que, como sucedió en San Migue Allende, vieron en ese sitio un atractivo turístico y por ende económico. Así, el arribo de inversiones para restaurar viejas casonas abandonadas y convertirlas en hoteles, en su mayoría de lujo y de exquisito gusto, además de restaurantes, bares y cafeterías. Así, en plena boga, fue que conocimos el lugar.

Pozos, también llamado pueblo “fantasma”, toda vez que fue abandonado dos veces desde su fundación, según explican en el portal de Sectur, publicado en 2014. Originalmente fue un asentamiento nómada de tribus chichimecas, huachichiles, capuces, guaxabanes y pames. Con la llegada de los españoles,  que lo fundaron en XVIII, la población se dedicó principalmente a la agricultura.

Sin embargo vino el auge minero, principalmente en los siglos  XIX y XX, y llegó a tener hasta cincuenta mil trabajadores. Según señala en Wikipedía, fue en el año de 1938 que un río subterráneo inundó todas las galerías y túneles de las minas y por ello fueron abandonados todos los trabajos de minería, con lo cual el sitio se despobló a lo durante un siglo

No obstante, el pueblo ha renacido,  ya sea por la visión turística y económica de los extranjeros, pero también de los descendientes de los antiguos mineros, quienes se han dado a la tarea de rescatar las casonas, plazas y callejones.

Entre sus atractivos se encuentran los vestigios centenarios de las minas y haciendas de beneficio que recuerdan la riqueza de sus vetas argentíferas y auríferas. Asimismo está el Jardín Juárez, la Parroquia de San Pedro, la capilla de San Antonio de Padua y los increíbles hornos jesuitas. Qué decir de los olorosos campos de Lavanda que se encuentran por doquier.

En este lugar, existen diversas actividades, como las visitas guiadas a las minas, que a menudo incluyen un descenso por el tiro de hasta de 150 metros de profundidad. Un dato que desconocía es que se cuenta además con la ciclo pista de montaña más grande del país, que recorre 23 kilómetros de postales arquitectónicas y pendientes empedradas para los amantes de la adrenalina. Así como tampoco conocía que se tiene el único Spa de Cerveza en México.

Segura estoy que entre tantos planes que tenemos para cuando termine esta contingencia, será el de regresar a este mágico pueblo, para sentir esa sensación de regresar al pasado. Por cierto, del buen amigo Bill y su mujer, no volvimos a saber nada. Aunque anduvimos preguntando con la gente del pueblo, al parecer el negocio del restaurante no prosperó como lo esperaban y cerraron para emprender otra aventura.

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