Ciudad de México, diciembre 5, 2024 10:55
Junio 2020

Vecinos en cuarentena / Respirar. Simplemente

Y aquí tendría que poner el nombre de los árboles que pueblan mis calles y que se cubren de pequeñas flores blancas, casi con pudor después de que se ha apagado la llamarada soberbia de las jacarandas. ¿Fresnos? ¿Tilos?

POR SANDRA LORENZANO

Alguien enciende un motor mientras yo intento recordar cómo entra a los pulmones el aire después de la lluvia. El de la tierra recién mojada. Anoche salí sin que me importaran las prohibiciones. Salí porque el agua había hecho de la transparencia una invitación al andar. Y respiré como si hiciera meses que no respiraba. Y caminé durante horas sonriendo. El gesto era tonto, pero incontenible. No había nadie. Se me cruzó un par de ardillas; no imaginen nada bucólico: las nuestras recuerdan más a la basura que a los bosques. Lo único que me importaba era dejarme inundar por el perfume de los árboles. Y aquí tendría que poner el nombre de los árboles que pueblan mis calles y que se cubren de pequeñas flores blancas, casi con pudor después de que se ha apagado la llamarada soberbia de las jacarandas. ¿Fresnos? ¿Tilos? Tendría que poner el nombre de esos árboles que acompañaron mi caminata desobediente. Pero confieso que ésa era la sabiduría de mi madre y en ella quedó para siempre: nombres de plantas y de pájaros, los secretos de la madera y de las piedras, la tibieza del almuerzo familiar. No la toco. No la perturbo. Me dejo habitar por una ignorancia dulce que evita que caiga en ciertos abismos.

Alguien enciende un motor mientras yo intento volver a sentir la frescura que me regaló la noche. Ahora grita el del gas y también me distrae de la construcción cuidadosa de un recuerdo que aún no es melancólico, pero quizás lo sea algún día. O tal vez desaparezca como tantos otros. Y seguiré ignorando los nombres y las claves de la tibieza. El ahora, me dicen. Tienes que situarte en el ahora. Estás aquí y ahora. No olvides que el abismo tiene dientes. Pero ahora es el motor, el grito del gas con algo primigenio –como canto cardenche o sardo-, el ladrido de los perros de enfrente, el vecino que ya está viendo la televisión. Y yo necesito el recuerdo del aire; respirar después de la lluvia, sola y en silencio. No es nada personal, no se preocupen: es que estoy un tanto abrumada de ruidos y de voces. Es cierto que a veces hablan desde adentro, pero me he entrenado para no hacerles demasiado caso. Últimamente me he hecho especialista en superficies. Seguras y tranquilas. ¿Opacas? A quién puede importarle.

Hasta que vuelva a llover una noche cualquiera y yo salga a respirar. Simplemente.

Vecina de la colonia Del Valle. Escritora, profesora de la UNAM, coordinadora del Proyecto “Cultura y Migración” (UNAM, UNESCO, Universidad Autónoma de Madrid). Su novela más reciente es El día que no fue (Alfaguara 2019).

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