Ciudad de México, noviembre 25, 2024 07:57
Dinorah Pizano Osorio Opinión

Mujeres entre la espada y la pared

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Las mujeres tienen el derecho inalienable de vivir sin el yugo de la violencia, y es necesario garantizarles que cuando levanten la voz serán escuchadas.

POR DINORAH PIZANO

La pandemia en la que vivimos ha revelado gran parte de lo que somos como seres humanos. Ha mostrado la mejor cara de nuestra solidaridad, de nuestra colaboración y de nuestra empatía. Sin embargo existe otra cara que también se ha manifestado en toda su crudeza. Es el rostro de la violencia.

Parece que ya ha quedado muy lejano aquel 9 de marzo en el que miles de mujeres de todo el país, llevamos a cabo un paro nacional para visibilizar la terrible violencia de género que se vive en México y que se denominó #UnDíaSinMujeres ó #UnDíaSinNosotras en el que colectivos de mujeres lograron convocar- con mucho éxito-,  a cientos de miles de mujeres de todas las edades y regiones, de todos los sectores sociales y económicos.

La convocatoria invitaba a no producir, ni consumir ningún producto. No asistir al trabajo o salir a la calle o incluso, evitar ir a la escuela. #El9NingunaSemueve rezaba la consigna principal. Fue un movimiento sin precedente. Paramos, incendiamos las redes, levantamos la voz y se empezó a crear alguna conciencia. También logramos causar mucho enojo en violentadores.

Hubiera sido el inicio de muchas otras acciones, pero la pandemia nos obligó a acuartelarnos por meses enteros. El movimiento dejó de tener eco. Al menos, al interior de muchos hogares.

Los violentadores molestos por el alcance de las protestas, de pronto tuvieron la gran oportunidad de tener a sus víctimas para ellos solos. Sin testigos. Sin oportunidades de escapar.

G.P. Sapir en su obra Natural and man-made disasters: The vulnerability of women-headed households and children without families afirma que el confinamiento en cuarentena ha sido un momento idóneo para que los elementos de la violencia de género se potencien. Ha mantenido aisladas a las mujeres, lo que ha significado un mayor ejercicio de control por medio de la clausura formal en el hogar.

Por otro lado, promueve la impunidad del acto ya qué tal circunstancia aumenta la complejidad para que las mujeres puedan salir de su círculo de influencia, entre otras cosas.

Se trata, afirma Sapir, de una situación habitual tras una catástrofe o desastre. Misma en que los agresores aprovechan las circunstancias en las que se produce una limitación de la movilidad para incrementar la violencia contra las mujeres.

No es un lugar común afirmar que miles de mujeres en nuestro país se han encontrado estos últimos meses, literalmente, entre la espada y la pared. Por necesidad, quedarse en casa por el riesgo de perder la vida por un virus. Por necesidad, cohabitar durante cada hora de cada día con quien las violenta. O el virus o su violentador. Ambos amenazan con quitarles la vida.

Las cifras oficiales alarman por sí mismas. El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) informó que durante marzo pasado se recibieron 64 mil 858 llamadas, de mujeres pidiendo ayuda o asesoría para saber enfrentar episodios de violencia familiar.

Por su parte en la línea de apoyo para la violencia de género, las llamadas incrementaron en un 200% en los últimos tres meses en los que se ha guardado cuarentena en nuestro país.

Más aún. Cifras también del SESNSP y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) confirman que cada día son asesinadas 10 mujeres. Una de ellas por cierto, al menos en contra de niñas, niños y/o adolescentes menores de 17 años.

Pero, ¿en qué radica la persistencia de este fenómeno?

Parte del problema radica en que el concepto “violencia de género” se encuentra degradado. Prácticamente forma parte de la vida de las personas. Si bien es cierto que dejó de considerarse como un asunto de familia que no debía trascender de puertas para fuera y, por lo tanto, en el que no se debía intervenir, también lo es que se convirtió en un concepto invisibilizador.

Desde otro enfoque, asumir la violencia como un “asunto personal” refuerza en las mujeres su posición de subordinación respeto del hombre. Implica además asumir las relaciones de poder, históricamente desiguales, en las cuales se legitima al hombre a mantener la dominación incluso, a través de la violencia. Esta percepción contribuye a que las mujeres no denuncien su situación por miedo, vergüenza o culpabilidad.

Es menester además, retomar el debate sobre el concepto de feminicidio a nivel filosófico. Tema urgente cuando se discute su tipificación en los códigos penales de distintos estados.  Diferenciar claramente sus tres conceptos constitutivos -patriarcado, sexo-género y violencia de género- cobra sentido hoy más que nunca.

Finalmente, existe el factor de concientización. La mujer víctima casi nunca es consciente de estar siendo maltratada. La razón es que no hay una agresión clara. Simplemente, se ve anulada cuando su interlocutor pone en duda todo, le discute por todo, la ignora, y menosprecia sus puntos de vista. De esta forma la mujer va encerrándose en sí misma. En un hermetismo que le hace complejo entender el maltrato y anulando cualquier posibilidad de denuncia.

Ello explica que según las estadísticas, nueve de cada 10 mujeres violentadas no lo reporta, ni tampoco lo denuncia. Muchas denuncias, por otro lado, no son tomadas en cuenta. Ello revela a su vez, la discriminación hacia las mujeres desde la perspectiva de la desigualdad entre unos y otras.

Hay que gritarlo, y repetirlo hasta que vuelva a cobrar sentido para los imaginarios adormecidos a fuerza de tanto escucharlo.

Las mujeres tienen el derecho inalienable de vivir sin el yugo de la violencia, y es necesario garantizarles que cuando levanten la voz serán escuchadas. No es posible vivir temiendo perder la vida en medio de dos terribles circunstancias.

La pandemia no está cediendo. Entre el desempleo, el denominado home office, y la decisión de varias empresas de mantener la cuarentena, el tiempo en casa aún será prolongado.

No es un lugar común. No es un dicho fácil. Si eres parte del círculo de violencia de género, no te calles. Denuncia. Si sospechas o eres testigo de la misma, actúa, no seas corresponsable.

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