Ciudad de México, noviembre 21, 2024 20:18
Opinión Mariana Leñero

En familia con Chabelo

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“En familia con Chabelo” me mostró más de lo que yo creía.  Detrás del consumismo del que fui presa y de la emoción que me provocaban los concursos,  me esperaba una lección.  La vida es una Catafixia.

POR MARIANA LEÑERO

Chabelo, amigo de todos los niños, personaje principal de uno de los programas más famosos de México de mi niñez.  En primera fila acompañada del silencio que rondaba los domingos en mi casa, me ponía a disfrutar de mi programa favorito. “En familia con Chabelo” era el IPad de nuestros tiempos.

Chabelo, adulto sin pena y con voz de pito incómodamente forzada jugaba a ser niño. Vestía shorcitos cortos y apretados que no dejaban respirar sus partes íntimas. 

“En familia con Chabelo” promocionaban infinidad de productos que incluían,   en su mayoría, comida chatarra y juguetes. Pese a ser las 7 de la mañana,  como robots apendejados,  saboreábamos productos “Marinela”,  ricos pastelitos con un montón de colorantes adictivos pero que he de confesar, eran deliciosos.

Viendo el programa asimilábamos un serie de comerciales disfrazados de diversión que  nos invitaba al consumismo.

Siendo ya una mujer adulta  siempre me pregunté  por qué Chabelo seguía en el programa. ¿Se le habría adherido tanto su personaje  por lo que representaba, o por ambición  o por seguridad  o porque  no le quedó de otra?

Acepto que el programa tenía su encanto: los concursos. Ahí estaba la comadre, el vecino, la cuñada, los suegros, los tíos, los primos participando en diferentes concursos muy originales.  Había los típicos relevos en donde Doña Chencha tenía que brincar de cojito con un huevo en la cabeza.  O al pobre chaparrito a quien,  para ser justos,  le tenían que ajustar las donas glaseadas colgadas de un hilo para comerlas sin usar las manos.  Brincoteos, harina incrustada en la cabeza, globos aventados llenos de agua, en fin concursos que nos tenían pegados a la tele. Parecía un partido de fútbol para grandes hecho para niños.

He de confesar que cuando pienso en el programa recuerdo la ansiedad que muchas veces me causaba.  Me impactaba ver la cara de los perdedores.  Los despachaban rápidamente para felicitar con gran entusiasmo a los ganadores. Estos, con cara de orgullo, disfrutaban de la fama aunque fuera por un tiempo cortito.  

A esto le seguía la Catafixia. Si elegías jugar significaba que estaban dispuestos a sacrificar todo lo ganado por regalos que prometían ser espectaculares, pero también que no.

La mayoría de los padres, cegados por la ambición, elegían jugar a la Catafixia.  Se olvidaban de voltear a ver a sus hijos que  con ojos llorosos sacrificaban sus juguetes para ganar regalos que posiblemente no les interesarían.       

Enfrente de 4 puertas cerradas,  los ganadores elegían una de ellas.  Les esperaba un burro cagando, un triciclo oxidado, un carro azul brillante o una espantosa sala de Muebles Troncoso. La sala, además de fea,  era probable que no cupiera en su casa, pero aun así los ganadores  brincaban de emoción porque le  habían apostado bien.   Recuerdo que si perdían, Chabelo hacía trampa y ayudaba al desafortunado a quedarse con su premio. Sin embargo, esta acción también causaba incertidumbre: no se sabía si ese día Chabelo estaría de buen humor o tendría prisa para acabar el juego sin apiadarse de tu mala suerte.

Quizás, “En familia con Chabelo” me mostró más de lo que yo creía.  Detrás del consumismo del que fui presa y de la emoción que me provocaban los concursos,  me esperaba una lección.  La vida es una Catafixia, no te puedes escapar de la incertidumbre de lo que te espera detrás de las puertas.  Y aun cuando Chabelo no está a tu lado para darte palmaditas cuando te enfrentas a tu elección, elegimos.

La incertidumbre, por muy incómoda que sea, es real. Habrá ocasiones que el intercambio será todo un éxito pero otras veces no.  Unos días nos llevaremos  de regalo al burrito cagón y otras la puerta se abrirá para mostrarnos que el riesgo valió la pena.

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