Ciudad de México, abril 28, 2024 00:00
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Ciudad de México, desde afuera

El autor, originario de la capital mexicana, lleva 15 años viviendo en Europa. En este texto nos comparte la forma en que a lo largo de este tiempo ha visto cambiar su ciudad, para bien y para mal. 

TEXTO Y FOTOS: ESTEBAN ORTIZ CASTAÑARES

Por motivos familiares hace poco más de 15 años tomé la decisión de salir de México y buscar nuevas oportunidades en una nación culturalmente muy diferente a la nuestra: Alemania. La distancia me ha permitido ver, en mis visitas anuales, los cambios sensibles que se han dado en nuestra ciudad.

Entre las cosas obvias y notorias destacaría la parte de infraestructura urbana que hasta el 2015 llegó a ser una explosión en su desarrollo. Cada vez que regresaba a México descubría un gran edificio nuevo, el segundo piso del Periférico era impresionante y aparecían nuevas colonias y vías en los suburbios de la ciudad, de tal magnitud que por algunos momentos sentía que estaba en una ciudad desconocida. Pero a partir del 2016 comencé a sentir un estancamiento en el desarrollo urbano. Dejé de ver cambios importantes. La infraestructura cada año que regresaba se veía envejecida, al menos en las zonas centrales, como las colonias Condesa y Del Valle, las calles incrementaban el número de baches y las fachadas no se pintaban ni remozaban.

Durante la pandemia no pude regresar y ahora, después de dos años, veo que este efecto, al menos en las áreas de clase media de la parte central de la ciudad, se ha recrudecido. Si algo ha cambiado son las antiguas casonas convertidas ahora en edificios de departamentos.

He escuchado que en las zonas marginales de la ciudad se han construido en los últimos años nuevas alternativas de transporte que benefician a muchas familias (como el teleférico). Además, aunque sea por encimita, colonias de la periferia fueron remozadas y pintadas de colores que las hacen ver bien, aunque ni la calidad de vida ni la infraestructura del inmueble hayan tenido una verdadera mejora.

Si el nivel de tráfico que dejé en 2007 era malo ahora es prácticamente inaceptable. Cuando necesito desplazarme alrededor de la ciudad planeo con anticipación la hora para salir, tratando de ser siempre asíncrono a las horas pico de embotellamiento. Como alternativa he utilizado, para moverme en la zona central, las eco bicis, que hasta el 2015 funcionaban muy bien. Ahora es difícil encontrarlas y el procedimiento para rentarlas se ha vuelto más difícil que al inicio.

El metro que siempre fue mi mejor opción de movilidad; ahora se detiene continuamente y llega a ser mejor alternativa desplazarse a través del Metrobús, que se desarrolló de manera impresionante en esa primera etapa de mi vida en el exterior. Una cosa nueva que me ha facilitado mucho la movilidad es la tarjeta de transporte universal. Con ella uno puede entrar a cualquier servicio público. Esa fue una resolución excelente.

La gente trabaja incesantemente y muchos de mis amigos y conocidos se han vuelto papás de fin de semana. Trabajan largas jornadas saliendo muy temprano de sus casas y regresando en horarios en que sus hijos ya están dormidos. Los derechos y premisas laborales que eran malas en mi época se han mantenido y –según me comentan— se sigue manteniendo la filosofía de hacer horas “nalga” en el trabajo, con el tradicional estilo gerencial mexicano del jefe como un capataz y no como un líder de equipo.

Durante la pandemia, conocidos y amigos míos perdieron sus empleos. Además de endeudarse y necesitar el apoyo de familiares y amigos tuvieron que aceptar “lo que fuera” para mantenerse en el nivel de subsistencia. El estrés en muchos casos deterioró las relaciones familiares que terminaron en divorcios. Con la pandemia se empezó a desarrollar la cultura del trabajo desde casa (como en todo el mundo), pero la desconfianza que impera en las organizaciones o la necesidad de ver a los empleados, han hecho que al final de la pandemia, solamente en algunos casos la gente siga trabajando desde casa.

Política, cultura y sociedad

La presencia de extranjeros es mucho más patente. En restaurantes y nodos sociales se escucha constantemente el inglés, cosa que era rara en la primera década del 2000. El nivel de inglés está subiendo en las nuevas generaciones y los extranjeros se pueden comunicar en restaurantes y locales sin ningún problema. Muchas personas me comentan que hay una cantidad considerable de letreros publicitarios escritos en inglés; y sí, veo más, pero en mucho menor número de lo que se ve en Alemania. Como sea, noto que la CDMX está empezando a orientarse a una cultura internacional. Una gran sorpresa fue para mí ver migrantes de Sudamérica y las Antillas en las calles de la ciudad; muchos de ellos pidiendo dinero y algunos hablando solo francés.

Veo que la sociedad en general cayó en una depresión generalizada. Los amigos que me cuestionaron por irme, ahora me felicitan por haberlo hecho. Muchos de ellos sueñan o tratan de buscar alternativas laborales en el extranjero; y algunos citan, de manera resignada, la expresión del programa de Cristina Pacheco “Aquí nos tocó vivir”. Los objetivos de hacer carrera en una empresa se están perdiendo. La gente está desencantada y trata de sacar la chamba como pueda mientras busca en paralelo alternativas laborales.

En el momento que salí de México era muy raro ver gente sola comiendo en los restaurantes. Actualmente veo de manera común que un 10% de los comensales están solos.

En tanto, los citadinos se han vuelto más internacionales, las nuevas generaciones son mucho más permisivas e igualitarias que las nuestras. La mariguana, vista antes con desdeño y horror, ya se vende en tabletas como desinflamante. Existe un mayor respeto a la decisión de género, se ha visibilizado un tema la violencia contra las mujeres, que se persigue, y las clases medias y altas son más empáticas con las necesidades de los sectores bajos, aunque aún no hay una real permeabilidad social.

La gente ya no se casa y nadie lo ve mal. Y empiezan a sustituir a los niños por mascotas. Veo una gran presencia de perros en las calles, muchos de ellos llevados por gente dedicada a un nuevo oficio: “Paseadores de perros”.

Los trayectos en trasporte público son más silenciosos y agradables pero me sorprende que la gran mayoría de los pasajeros están continuamente interactuando con su teléfono celular, mucho más que en Europa. La conciencia ecológica empieza a hacer raíces en México y en las conversaciones entre amigos ya es tema el transporte alternativo con bicicleta o caminando. Aunque una parte importante aún considera al auto como la alternativa óptima de movilidad. En general veo también un incremento del número de personas obesas.

La tradición de ir al teatro o al cine se ha reducido notoriamente, sea por el Covid-19 o por el internet. La gente inclusive acude más a cafés y restaurantes, que en muchos casos tienen los precios que veo en Europa; pero aparentemente la clase media lo considera un lujo necesario. Las librerías, que en el inició del 2000 eran un punto importante de reunión, al menos para tomarse un buen café, han quebrado o están a punto de hacerlo. En cuanto a la producción de películas, hasta el 2017 todos los referentes que vi sobre películas mexicanas estaban relacionadas con narcotráfico y violencia. En los últimos años, afortunadamente, empiezo a ver algunas comedias.

Identifico una mayor participación de la población en los temas públicos, pero en medio de una gran polarización política. Las plataformas sociales han hecho más evidentes las corruptelas gubernamentales y presionan para que el gobierno sea más limpio. Muchos trámites están mejor regulados y no requieren de “la mordida” para resolverse. Aunque después de la pandemia todos los procesos burocráticos se han vuelto extremadamente lentos. Antes había ventanillas de atención al público; ahora se requiere hacer una cita para poder hablar con algún funcionario o empleado encargado de trámites.

Ahora que hago esta reflexión, con más de 15 años de no vivir en la capital mexicana, veo que sí está más conectada con la modernidad mundial. Pero desgraciadamente gran parte de los cambios tienden a ser en detrimento y no en mejora de la calidad de vida. Veo con anhelo aquellos años de inicio del milenio, lo que me hace sentir viejo. Como los abuelos que nos decían que “todo pasado fue mejor”. Ojalá y esta percepción sea efectivamente efecto de la madurez que empiezo a alcanzar y no una triste realidad del país y la ciudad que tanto quiero.

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