Ciudad de México, octubre 12, 2024 18:56
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / Los engendros del éxito

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Lo que sacude tanto en La sustancia como en Formas de gentileza es que la exageración tiene todo el fundamento.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Hay un cine con mucha producción que da cuenta de las injusticias alejándose de sociologías baratas y discursos facilones, repetitivos, las frases hechas. Pero el costo se lo lleva un espectador cimbrado al extremo por la locura en la pantalla: la sangre, el vómito, la monstruosidad. Esa eficaz manera en que los directores pueden llevar la misera humana a provocar el asco que se merece.

La pregunta pertinente es por qué se ha hecho necesario llevar al extremo al espectador con cintas tan provocadoras y controversiales, que ahora incluso son premiadas por Hollywood aunque sean de países como Korea (el caso emblemático de Parásitos) o se trate de cineastas extranjeros avecindados en los Estados Unidos y que llevan sus realizaciones desde el cine independiente. Estrellas como Demi Moore y Emma Stone son ahora protagonistas de tramas que contravienen modelos occidentales de vida y que también van contra sus propias contradicciones, ya clásicamente cuestionadas, como la ambición por el dinero, el racismo, la violencia de género, la homofobia…

Así, Demi Moore da probablemente en La sustancia (Coralie Fargeat, Reino Unido-Estados Unidos-Francia, 2024) el mejor papel de su carrera, al protagonizar la vida que en alguna medida ella ha sufrido: La estrella de cine, por cuya belleza babeaban los espectadores, que cobraba millonadas en dólares por cada película, que un día se encuentra frente a la realidad del envejecimiento. En este mundo occidental que tanto vanaglorian muchos de esos habitantes temporales de las salas cinematográficas que malgastan el dinero en palomitas, refrescos y chocolates que solo aceleran el envejecimiento, la vida de una sex simbol como Moore o como su personaje en La sustancia, fácilmente se convierte en tragedia, cuando se le termina el estrellato o incluso la corren de un programa televisivo de aerobics, con el que en otros tiempos –al estilo de Jane Fonda— tuvo gran éxito.  La mujer podría retirarse en la cúspide asumiendo el paso de los años como inevitable, tal vez haciendo el mejor teatro de Broadway o escribiendo libros sobre toda la experiencia aprendida, igual poemas, novelas, qué se yo. O tal vez trabajando para una fundación de niños enfermos con lo que consagre una vida de esfuerzos y llegue al lecho de muerte con la convicción de que fue útil a la humanidad.

Pero no: la peste de la fama, que además es contagiosa, provoca que la hermosura que prevalece en una mirada y en una boca que ha besado tantas otras bocas, busque la transformación mágica, al pasar de la cirugía plástica que de por sí suele echar a perder esa belleza original, a una ciencia que logra que la persona se deshaga de su cuerpo maltrecho tanto por la física como por las penas y así responder a las expectativas del mandato patriarcal. El resultado de la fórmula es ciertamente increíble.  

En su película, considerada la más sangrienta jamás presentada en el Festival de Cannes (donde este año ha ganado por el mejor guión) Fargeat lleva al espectador por varios géneros. Comienza por la ciencia ficción y termina con el terror; pero este terror no está fundamentado en la ficción, como es común, sino por la realidad. La película, que está llamada a ser de culto de manera similar a la kubrickeana Naranja mecánica, es una retahíla de metáforas acerca de las miserias del ser humano, dominadas por el ego, que terminan por convertir en monstruos a los que sus admiradores de antes deploran, destruyen, ofenden, al tiempo que ellos mismos son vomitados en su frivolidad.

Algo de lo mucho que también encontramos en tres historias diferentes, con los mismos actores, que se entrelazan en Formas de gentileza, la nueva cinta del controversial director de origen griego Yorgos Lanthimos, que se ganó el culto desde La Langosta y fue la sensación de los premios Oscar 2023 con Pobres criaturas, donde Emma Stone se consagró como la mejor actriz.La propia Stone es la coestrella al lado de Willem Dafoe, que también repite, y Jesse Plemons, que resulta sensacional. El talento del director griego en el manejo actoral provoca que el tríptico deje un desconcierto por la delgada línea que hay entre ser víctima y ser victimario; pero eso no quiere decir que le sean indiferentes las conductas controladoras, manipuladoras y, sobre todo, egoístas. Esos anti valores llevados al extremo nos recuerdan la tortuosa emancipación de la mujer en su anterior película, entendida esta como algo que debe pasar por la prostitución, cuando no por la muerte. Si el espectador aguanta hasta el final, descubrirá que la persona controlada puede hacer lo más inverosímil con tal de complacer a quien la manipula, en la completa distorsión del amor y la dignidad: la generosidad puesta al servicio de los depredadores.

Lo que sacude tanto en La sustancia como en Formas de gentileza es que la exageración tiene todo el fundamento. Porque cuando salimos de la sala el mundo está ahí, tal como es: con traidores, controladores y devoradores hasta de los dedos de su prójimo. Y afuera, la verdad, es que no hay escapatoria.    

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