POR LA LIBRE/ Lua y Libre
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Lua y su abuelo. Foto: Laura Ortiz Pardo.
Con diferencia de apenas cuatro meses nacieron en el año 2003 mi nieta Lua y nuestro periódico Libre en el Sur. En alguna forma ella ha estado presente durante estos veinte años en nuestros afanes periodísticos comunitarios, y por supuesto en nuestras vidas.
POR FRANCISCOORTIZ PINCHETTI
En mayo de 2003 apareció Libre en el Sur, un periódico comunitario gratuito y mensual, con la idea de ser un instrumento al servicio de los vecinos de Benito Juárez. En septiembre de ese mismo año, un viernes, nació Lua, mi nieta, una niña que se convertiría en un aliciente para vivir a la altura de mis casi sesentas. Ambos cumplen este 2003 sus primeros 20 años.
La publicación de nuestro periódico mensual significó una nueva etapa en mi vida profesional como periodista, luego de trabajar como reportero y directivo durante más de cuatro décadas en medios de alcance nacional. El nacimiento de mi primera nieta –hija de mi hija Laura Elena–, marcó también mi ingreso a una etapa de madurez emocional en la que la calidad de abuelo significó desde un principio una sorprendente renovación personal.
Mi nieta crecía y crecía y se me escabullía sin dejar de reírse entre las trancas de mi vida de adulto mayor…”
Conforme los años fueron pasando, el crecimiento de ambos fue en alguna manera paralelo. Mientras mi hijo Francisco José y yo nos avocábamos sin más recursos que nuestra voluntad y nuestra ilusión de tener un medio propio, que además sirviera a nuestros vecinos, a la edición mensual del periódico, Lua transitaba felizmente de su calidad de bebé a su primera niñez, demostrando desde chiquilla una sorprendente lucidez, además de evidente simpatía. Eran frecuentes sus visitas a nuestra redacción, ubicada en ese entonces en el ya desaparecido edificio “María” en la calle Millet, justo a un costado del Parque Hundido, en la colonia Insurgentes Extremadura.
Recuerdo como si fuera ayer mismo su curiosidad frente a nuestro trabajo, sus constantes interrogantes y su facilidad para convertir en motivo de juego y diversión cualquier elemento de la oficina, como podían ser las hojas de papel, los cajones, los ejemplares del periódico, las computadoras. Aunque apenas tendría cinco o seis años, imitaba la actitud de los mayores mientras escribíamos o hablábamos por teléfono. Aprovechaba la ventanita existente entre dos áreas de la oficina para jugar a la taquilla, en la que supuestamente expendía boletos para una imaginaria función de cine. También se entretenía simulando ser cajera de una farmacia, de un supermercado, aprovechando los cubículos vacíos de nuestros colaboradores.
Lua se contó entre los niños que participaron en la defensa del Parque Hundido elaborando dibujos alusivos, cuando se pretendió la construcción de dos torres de departamentos en ese emblemático espacio verde, pretensión que fue finalmente cancelada por el gobierno de la Ciudad. Y también me acompañó a repartir ejemplares de nuestro periódico cuando vecinos del parque San Lorenzo encabezados por el actor Pablo Georgé se opusieron a la perforación de un pozo de extracción de agua en una de las canchas de ese jardín, batalla que también se ganó. “¡No al pozo! ¡No al pozo!”, coreaba la chiquilla.
Mi nieta crecía y crecía y se me escabullía sin dejar de reírse entre las trancas de mi vida de adulto mayor. Hasta que un día, ni modo, la vi salir por debajo de la cerca y alejarse en medio de un bello campo sembrado de flores, bajo un sol esplendoroso. Bueno, así la imaginé. Dejó de ser una niña pequeña y encantadora para convertirse en una nena mayorcita… igualmente encantadora.
Dejó atrás el jardín de niños, los seis años de primaria y arribó a la secundaria –todo el trayecto en su queridísimo Colegio Madrid–, sin perder nunca la alegría y menos esa viveza admirable que no era sino evidencia cotidiana de su inteligencia.
Mientras ella superaba como campeona todos los obstáculos, nosotros nos empeñábamos en ser no sólo los cronistas de la vida vecinal en Benito Juárez, sino medio de difusión eficaz para la defensa del medio ambiente e instrumento eficaz en las luchas vecinales, como las ya mencionadas. Dedicados profesionalmente a Libre en el Sur, enfrentamos penurias económicas, deficiencias administrativas e intentos de represión y censura en nuestra contra por autoridades locales autoritarias y a menudo corruptas, que no toleraban nuestra libertad informativa.
Además de las tareas meramente periodísticas, que en alguna manera dominábamos, tuvimos que aprender también no sólo a vender anuncios, sino también a emitir facturas, llevar la contabilidad elemental, batallar con impresores, repartir ejemplares casa por casa en las casas de nuestras colonias de la entonces delegación Benito Juárez.
De pronto, mientras tanto, mi pequeña nieta se había convertido en una adolescente hiperactiva en busca de su vocación, que se veía encarcelada en sus temores naturales originados en la pandemia del coronavirus. Asumió a cabalidad y aun con excesos el obligado encierro de la cuarentena, sin poder disfrutar como quería –y merecía—su graduación al terminar sus estudios de preparatoria en el Madrid a través de Internet.
Y justo encontró una vereda hacia su vocación al cursar una licenciatura en Escenografía, poco antes por cierto de que por razones técnicas y económicas nos vimos obligados a suspender nuestra edición impresa, para continuar nuestro trabajo a través de los medios electrónicos con la edición digital, igualmente mensual, de Libre en el Sur.
Hoy, el abuelito y su nieta tienen motivos de sobra para celebrar. Y ambos son ¡libres! Válgame.