EN AMORES CON LA MORENA / La insurrección de la clase media
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La "marea rosa" en el Zócalo. Foto: Adolfo Vladimir / Cuartoscuro
Si como dicen los de la 4T, los manifestantes eran en realidad seguidores ‘disfrazados’ de Xóchitl Gálvez, debieron ya encender la señal de alarma ante el riesgo de una derrota en la capital.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Pase lo que pase, el domingo 18 de febrero quedará como la fecha para la historia en que, previo a un proceso electoral que definirá el destino de México como un parteaguas, la sociedad civil se adelantó a los políticos para defender la democracia. Más allá de las razones que una clase media amplia y diversa, tanto de la capital como de otras importantes ciudades del país, tengan para sostener que los mexicanos nos encontramos frente al riesgo de una regresión autoritaria, es suyo un estilo de plantarse en el propio sentimiento. Y eso va más allá de cuántos cientos de miles hayan acudido al Zócalo para retacarlo hasta los portales de mercaderes que datan de la época colonial.
Estuve ahí para registrar el fenómeno como parte de mi oficio reporteril, tras otros dos eventos multitudinarios que han marcado un intervalo en estos tiempos complicados de polarización política e inseguridad pública que se viven en nuestro país. Como ocurrió en las dos ocasiones anteriores –una marcha en Paseo de la Reforma y otra concentración en el mismo Zócalo–, esta vez lo más relevante fue observar la identidad de los manifestantes, novatos en su mayoría, que no salían ponerse bajo el sol para luchar por ciertas causas, ni siquiera en los tiempos más recalcitrantes del autoritarismo priísta.
Ellos van aprendiendo poco a poco de las consignas y de las cartulinas, las batucadas. Encausan como hormigas con su instinto el caos provocado por la ausencia de contingentes tradicionales, de esos que llevan las organizaciones políticas o sociales, las feministas, los estudiantes. Improvisan hasta el ritmo de sus pasos. Se han vestido de rosa y blanco y portan banderitas con los mismos tonos y una leyenda: “La democracia no se toca”. Van los mismos a los que Andrés Manuel López Obrador se ha referido desde el poder presidencial –una plataforma en la que toma mucha ventaja sobre ellos– como “conservadores”, “fifís”, “aspiracionistas”. Entre ellos sobresalen los adultos mayores que, pienso, han de hacer el esfuerzo pensando en sus nietos, que paradójicamente no se aparecen por ahí, quizás apenas recuperándose del reventón de la noche anterior.
El 26 de febrero del año pasado, los mismos actores irrumpieron para defender al INE de una pretendida reforma electoral que buscaba minarlo con una reducción de recursos y la adjudicación de más tareas, además de un absurdo método de elección directa de su Consejo Nacional, que lo dejaría a merced de cualquier tentación de control por parte del Poder Ejecutivo. Pero el evento también resultó en una presión a la oposición para que, en un momento definitorio, aceptara la posibilidad de una candidatura externa, que resultó ser la de Xóchitl Gálvez, no militante de partido político.
La concentración del Zócalo del domingo 18 –denominada erróneamente marcha, que en realidad no lo fue— es hoy también un recordatorio para que la propia Gálvez defienda los espacios ciudadanos ante una partidocracia que se resiste a ello, habido lo que se sabe sobre las listas de candidatos al Senado y la Cámara de Diputados.
El presidente Andrés Manuel López Obrador y su candidata presidencial Claudia Sheinbaum están cometiendo un error no al soslayarlo, que les es evidentemente importante por el tamaño de su reacción, sino porque ellos mismos le están dando una dimensión electoral a un fenómeno social: La rebelión de las clases medias.
¿Qué significado tiene esto? El mismo que prefieren no ver. Se trata de una movilización en que participaron sectores que mueven la economía, que no los grandes empresarios, que están con el poder en turno. También de los líderes de la vida social, académica y cultural del país. Entre los incontables profesionistas hay por supuesto jefas de familia cuyo ingreso es el sustento de sus casas. He escuchado a algunas de ellas ser las más críticas del régimen, sin pertenecer a ningún partido político. Mujeres que han defendido por décadas desde sus trincheras la democracia y los derechos humanos, también frente al PRI y el PAN. También están ahí personas con alto nivel educativo; y son quienes más cumplen con el pago de impuestos.
Al asumirlos como enemigos para minimizar sus alegatos en favor de la equidad electoral y el voto libre, el poder político acicatea la inconformidad creciente de estos mexicanos, determinantes por cierto para que López Obrador consiguiera el triunfo en el 2018, que no están dispuestos a ser excluidos.
Particularmente el error de Sheinbaum consiste en una contradicción: sabe que el gobierno de Morena ha perdido buena parte de sus bonos entre esas clases medias, por lo que ha puesto en marcha una operación para rescatar gente de los negocios, la cultura y la academia. Pero paradójicamente denuesta a los manifestantes como cómplices de “fraudes electorales” que por cierto nunca pudieron documentar. Todos esos manifestantes, sean 300 mil o 700 mil, habrían formado parte de aquellos ejércitos de “mapaches” priístas o panistas. Todos ellos, excepto Manuel Bartlett y los muchos otros que formaron parte del régimen autoritario y que hoy son militancia en Morena, el PT o el Verde, a quienes se ha perdonado todo.
Si como dicen los de la 4T, los manifestantes eran en realidad seguidores “disfrazados” de la opositora Xóchitl Gálvez, “falsos demócratas, pienso que ya debieron encender la señal de alarma, sobre todo en la medida en que significaría un riesgo real derrota en la ciudad a la que las denominaciones de “izquierda” gobiernan desde 1997. Qué capacidad de movilización, mayor a la del Presidente, tendría Claudio X. González, con el solo llamado y sin necesidad de acarrearlos. De miedo.
La reacción de la candidata presidencial del partido guinda y sus seguidores más duros desentraña un fondo: que los integrantes de esa “marea rosa”, cuyos alcances todavía no conocemos, tienen razón al advertir (como lo dijo con todas sus letras Lorenzo Córdova, el ex presidente del INE) que las pretendidas reformas electorales del “Plan C” sí forman parte de una regresión autoritaria y ponen en riesgo nuestra incipiente democracia, ganada con sangre, sudor y lágrimas. ¿O por qué no haber dicho simplemente que toda manifestación pacífica y legal es también legítima?
El rechazo de este público a la estigmatización por parte de quien debe gobernar para todos se convierte en algarabía en los días posteriores a la “marcha”, un gozo ampliamente expresado en las redes sociales, a solo tres meses y medio de la elección. Por lo pronto, la estrategia de los morenistas de publicitar como inalcanzable a la ex Jefa de Gobierno, ha caído en un bache. Y todavía se ve más lejano aquel objetivo de conquistar la mayoría calificada en el Congreso federal.
Ya en el 2021 López Obrador y Sheinbaum se confiaron atrincherados de la realidad en esos palacios emblemáticos que enmarcan el Zócalo; y sufrieron el descalabro en nueve de las 16 alcaldías. Hoy lo que se percibe es que, más allá de los colores, una parte importante de las clases medias no se sienten representadas por el obradorismo, y menos por su eventual sucesora. Le vayan a resultar las encuestas al oficialismo su propio espejismo.