Ciudad de México, noviembre 14, 2024 00:48

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“Así, hice de tripas corazón, compré los boletos de avión y 15 días más tarde volé a Puerto Vallarta para tomar el camión que tarda una hora en llegar al paradisiaco pueblo”.

POR LUIS MAC GREGOR ARROYO                                    

“Rayos!”, me dije, 56 días después de que Claudia y yo nos mandáramos a volar por no escribirnos en WhatsApp, donde tras una semana de no comunicarnos, nos dimos de baja. Esa ha sido la muestra más asombrosa de un rechazo mutuo cuando realmente había una amistad y hasta complicidad disfrutable. Tal vez debí insistir más; pero estaba cansado de sólo verla una vez cada 15 días –o menos– y de que en los mensajes casi casi sólo me decía: “¡Hola! Tengo mucha chamba”. Como diciendo ‘soy persona ocupada, lo siento’, pues yo acabé también por sentirlo y tras una semana de cero mensajes ella me bloqueó y yo a ella. Yo era libre, otra vez, de buscar algo nuevo y eso nuevo llegó, pero a más 600 kilómetros de distancia.

Hay quienes dicen que el amor a distancia es una tontería. Yo también pienso lo mismo. El hecho es que ahora uno puede entablar conversación e interés permanente con alguien gracias a los teléfonos móviles y sus aplicaciones. Así ocurre con Bety, una guapa jalisciense que contacté tras ver sus afortunadas fotos en internet.

También hay quienes dicen que el hacer citas por internet no se les da. Tal vez simplemente lo sienten demasiado artificial. Podría ser, pero el hecho es que con un poco de empeño el asunto funciona. Claro, hay que ser sensato y buscar establecer la plática con alguien cercano. Bueno, esa era mi intención, hasta que Bety llegó.

Resulta que ella dio el primer paso: le agradaron mis fotos y le dio like a mi perfil y al ver sus fotos no pude más que ceder; la carne es débil y la soledad todavía es más cabrona, así que llegamos a entablar una plática de dos que se prolongó por un par de meses. ¿Qué podría querer una mujer con buen cuerpo, inteligente y con dinero con un individuo en un lugar tan lejano y que tal vez cubre todos los requerimientos salvo no ser tan pudiente como ella?

Nada, que simplemente le llegó la maldición de los pueblos o como dicen por ahí “pueblo chico infierno grande”. ¡Vaya que lo sé! Yo viví en un pueblo como siete años y si tienes dos amoríos te puedes considerar suertudo, porque no hay demasiadas personas para conocer y luego los rumores se corren como la plaga, lo que ocasiona que no seas bien visto si andas de novia en novia. El hecho es que llega un momento en que no hay nadie nuevo a quién conocer. Sí, vivir en un pueblo es la delicia, pero te debes de acostumbrar a ver a la misma gente todo el tiempo y saber que encontrar a alguien nuevo es algo raro.

Así estaba Bety, pero me atrapó con su belleza y yo seguí respondiendo sus mensajes, así como ella los míos.

A los dos meses de conocernos tenía que tomar la iniciativa o corría el riesgo de perderla. Así, hice de tripas corazón, compré los boletos de avión y 15 días más tarde volé a Puerto Vallarta para tomar el camión que tarda una hora en llegar al paradisiaco pueblo. Una vez ahí es más común encontrarte turistas del primer mundo que mexicanos. Es tal la cantidad de visitantes y de inmuebles que se están desarrollando, que dentro de poco se convertirá en una ciudad pequeña. Como sea, al haber mucho turista de primer mundo, los costos son exorbitantes. No había un lugar de comida corrida donde comer por unos $100.00, el menú más económico costaba unos $250.00 y si uno va en plan de ahorro pues se las ve feas. Por suerte llevaba dinero.

Bety es una mujer entrona para ir a todo tipo de lugares, pero, como toda mujer de clase alta, requiere que en ocasiones se le lleve a algún lugar de primera. Estaba preparado. En mi visita la llevé a cenar a un restaurante italiano, donde comimos un excelente spaghetti y una deliciosa pizza.

Tras ese preámbulo las cosas resultaron más sencillas y al día siguiente me quedé a dormir en su casa con la obvia consecuencia de que intimamos. Así, todo feliz y soñando en que ya éramos uno, le cociné un pollo al mole, el cual saboreó y ella me compartió unas costillas a la parrilla. El que le gustara lo que cociné y el que me encantara lo que preparara ella era otra señal de que íbamos por buen camino.

Fue entonces en un desayuno durante los días que estuve en Sayulita, cuando le pregunté si es que andábamos. Su reacción fue la de toda gringa contemporánea:

—No, pues no, si estamos en date.

Sonó mi alarma mental, tal vez doy muchas cosas por hechas y sí. Lo sucedido con Claudia y con Bety era prueba de ello. Así me regresé a la CDMX teniendo una amiga con derechos hasta China. “Bueno”, puse mis barbas a remojar: “Si así está la cosa tal vez sea tiempo de tener paciencia buscar y seguir insistiendo”. Ahora ese date ha cultivado algunos frutos: ella vino para celebrar en la CDMX su cumpleaños conmigo. Creo que ahora tengo las cosas más claras: ella tiene miedo al compromiso. ¿Y qué es eso?

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