Ciudad de México, abril 25, 2024 11:33
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Inteligencia artificial

Dentro de la cantidad de expresiones que emite la cotidianidad, reza con cierta condición de realidad que “lo urgente no permite atender lo importante”. Otros tantos lo entenderían como funcionar a partir de una coyuntura y únicamente para solventarla de manera aislada. Pero en días recientes apareció una iniciativa que atiende ambos adjetivos, es urgente e importante, un asunto de alto impacto para la vida durante los próximos 50 años y que coloca al hombre, tal vez como nunca antes, frente a un desafío, un verdadero conflicto existencial.

Me refiero a lo pronunciado por Elon Musk (fundador de Tesla motors) el pasado 15 de julio en Rhode Island y con motivo de la conferencia Ahead of the curve que emitió ante la Asociación Nacional de Gobernadores (NGA, por las siglas en inglés): “Suelo estar en contra de las regulaciones estrictas, pero en Inteligencia Artificial las necesitamos”.

Durante su exposición, ahondó respecto a las modificaciones sustanciales que se desprenderán con la masificación de la Inteligencia Artificial. Por ejemplo, en 20 años no existirán volantes en los automóviles; los empleos —como ya ocurre hoy— desaparecerán en gran número puesto que los robots serán más eficientes, productivos, sin enfermedades, sin huelgas, sin conciencia de clase.

La regulación es de tal importancia que el 21 de agosto, Musk y otros 116 especialistas de 26 países solicitaron mediante una carta dirigida a las Naciones Unidas prohibir el desarrollo de instrumentos de guerra autónomos. Dada a conocer en el marco del Congreso Internacional de Inteligencia Artificial celebrado en Melbourne, Australia, la misiva enfatiza que despliegues bélicos como el buque Sea hunter –propiedad de EEUU (sin tripulación y con capacidad para atacar a distancia)— representa la tercera revolución en la manera de pelear una guerra, después de la pólvora y las armas nucleares.

Los firmantes consideran que de continuar con ese tipo de desarrollo, los conflictos llegarían a escalas hasta hoy desconocidas, imposibles de procesar por los propios seres humanos y las poblaciones estarían en riesgo permanente. Será, dijeron, una caja de Pandora que una vez abierta jamás podremos cerrar.

La idea de máquinas dotadas de Inteligencia Artificial ocupa buena cantidad de expresiones de la cultura moderna. Literatura y cinematografía, por ejemplo.

El ruso Isaac Asimov (Rusia 1920) en la obra intitulada Los robots del amanecer, relata las contradicciones derivadas de instrucciones que era capaz de procesar un robot. Incluso allende la tierra, en Aurora, el mundo espacial más grande y poderoso, resaltaban los de forma humana, entre quienes no existían conceptos como “matar”, sino que la oración para definir dicha acción era “el robot a cuya utilidad se puso término”. Además, poseían la suficiencia programática de cuestionar órdenes bajo matices como el de “clara evidencia”.

Considerados dentro del género de la ciencia ficción, son textos que guardan completa vigencia y de los cuales quizá debamos retirar la segunda palabra.

No se trata de asumir posturas catastrofistas, pero aún está en manos del hombre ser el único factor de decisión en la construcción de visiones desarrollistas. Depositar en las máquinas la facultad de cruzar datos al infinito so pretexto de vencer, imponer visiones o incrementar los índices de productividad podría generar que entes carentes de humanidad determinen cuándo sea momento de “poner término a la vida útil” de cualquier hombre o mujer. La preocupación externada por Musk y la iniciativa de regular la IA no debe pasar desapercibida.

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