Ciudad de México, noviembre 9, 2024 04:56
Francisco Ortiz Pinchetti Opinión

POR LA LIBRE/ Corcholatas

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Por supuesto no voy a referirme en este espacio a las corcholatas del tabasqueño, ni voy a ponderar los atributos de Claudia, Marcelo y Adán, entre otros enlistados por el habitante de Palacio Nacional. ¡No!

Allá por los cincuentas del siglo pasado, cuando habré tenido seis, siete años de edad, radican mis más antiguas referencias de esos entrañables artefactos…”

POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

Quién lo iba a decir, las corcholatas se ha vuelto a poner de moda. Cuando ya las viejas tapitas de  hojalata y corcho  estaban prácticamente extinguidas, en desuso, su nombre vuelve a ser común y frecuente en los medios, en las conversaciones de los mexicanos. Y todo por la ocurrencia de Andrés Manuel de ponerles tal mote a los aspirantes a sucederlo, como parte de una maniobra para tratar de ocultar la verdadera forma en que se resolverá finalmente la candidatura de Morena a la Presidencia de la República: por dedazo vil.

Por supuesto no voy a referirme en este espacio a las corcholatas del tabasqueño, ni voy a ponderar los atributos de Claudia, Marcelo y Adán, entre otros enlistados por el habitante de Palacio Nacional. No: lo que pasa es que me han venido los recuerdos –y la nostalgia— acerca de tan útiles artefactos, que a la vez se convertían después en fichas de cambio, juguetes o adornos para alegría de los chiquitines. Como yo.

Allá por los cincuentas del siglo pasado, cuando habré tenido seis, siete años de edad, radican mis más antiguas referencias de las corcholatas. Naturalmente, su uso fundamental era el de tapar las botellas de refrescos de manera segura, que a la vez eran fáciles de desplazar para poder disfrutar de la bebida. Bastaba un buen destapador.

De todos colores.

Leo: La corcholata fue patentada en 1892 por el irlandés nacionalizado estadounidense, William Painter. Conocido en un principio como “tapón corona” debido a su forma, se trata de un disco de metal el cual se colocaba en la boquilla de las botellas para sellarlas. Como resultado de su fácil y barata producción, así como su capacidad para retener los líquidos, comenzó a desplazar a los tapones de corcho. Se le comenzó a llamar “corcholata” debido a que en un inicio, en su interior tenía un pedazo de corcho.

Efectivamente, corcholata (que no ha sido admitida oficialmente por la Real Academia de la Lengua) es una palabra yuxtapuesta, compuesta por corcho y lata, la cual se refiere al tapón metálico de las botellas. El Diccionario Del Español de México la define como una “pequeña tapa de hoja de lata, cubierta en su parte interior de corcho, que sirve para cerrar botellas, especialmente refrescos y cervezas”.

Eso eran. Y mucho más. Una vez retiradas de la botella, podían tener muy variados usos, algunos de los cuales recuerdo ahora mismo: son parte de mi niñez. En primer lugar, servían para formar contingentes enteros de soldados debidamente uniformados que integraban, por ejemplo, un desfile. A eso se prestaban sus diferentes colores y logotipos, según la marca de la bebida refrescante de que se tratara. Cocacola, Pepsicola, Sidral Mundet, Chaparritas el Naranjo, Valle, Jarritos, Lulú, Sidralí, Soldado de Chocolate, Delawuare Punch, Fanta, Yoli, Sangría Señorial, Pascual, Manzanita Sol, Mundet roja, Mundet blanca, Orange Crush,  agua mineral Coyame, Peñafiel y muchos más.

Servían también para jugar “guerritas”, o para formar tribus, integrar familias, poblar escuelas, ferias, zoológicos; organizar excursiones y todo aquello que nuestra imaginación infantil nos permitiera. También por supuesto como monedas, para “pagar” las mercancías cuando jugábamos a “la tiendita”. También servían para delimitar nuestras carreteras para los carritos de plástico que impulsábamos con los dedos, o como obstáculos a librar con las canicas.

Yo las utilizaba para formar equipos de beisbol, con sus respectivos uniformes de colores. Las de coca me servían para los Diablos Rojos, las de Deleware para los Azules de Veracruz, las de Sidral Mundet para los Sultanes de Monterrey, las de Jarritos, para los Pericos de Puebla.. Y así. Para eso dibujaba yo un campo de beis sobre una cartulina verde y colocaba las corcholatas según su turno. Los “jugadores” se movían en el cuadro según lo que marcaran los dados.

También servían para adquirir productos diversos, a cambio. En especial, recuerdo que con 25 corcholatas de cocacola y tres pesos podías obtener ¡un yoyo Duncan original!  Recuerdo que para promover esta oferta vinieron a México los campeones mundiales de yoyo, patrocinados por la empresa Duncan, que dieron exhibiciones en diversos puntos de la ciudad y del país.

Yoyo Duncan. A cambio por corcholatas.

Fue célebre otra campaña, igualmente de la coca, mediante la cual podías adquirir gratis figuritas de los personajes de Walt Disney de plástico. Venían en blanco, para que las pudieras pintar a tu gusto. Hubo personas que formaron colecciones memorables y que todavía se conservan.

Estaban, entre otros, Mickey Mouse, el Pato Donald, Tribilín, Alicia (la del País de las Maravillas) Peter Pan, Campanita,  Rico Mc Pato, Blanca Nieves y sus siete enanos, la Cenicienta, Maléfica, Dumbo, Daysi, Pluto, Bamby, Pepe Grillo, Pinocho… Para ganarlas tenías que sacar premio: bastaba levantar el corcho interior de la corcholata y encontrar la figura del castillo de Disney. El canje se hacía por lo general en los camiones repartidores y en algunas tiendas.

Las figuritas de Disney. La promoción se replicó en varios países.

Por cierto, allá por los años ochentas o noventas las corcholatas sufrieron un cambio radical, que modificó de hecho su naturaleza: en lugar de corcho empezó a usarse plástico para sellar la tapa por su interior. Ya no era lo mismo, claro. Aunque en laguna forma las tapitas  seguían conservando su fisonomía exterior.

Ya adolescente, encontré una fuente inacabable de corcholatas: las fiestas de mis hermanos mayores. En ellas yo era el encargado de destapar las cocacolas para las cubas, lo que me daba el derecho a quedarme con todas las fichas, como también se les decía. Así pude juntar cajas repletas de ellas, que destinaba luego a muy variados usos, incluido el integrarlas a tapetes para las puertas de las casas.     

En fin: pura nostalgia.

Y cuando ya la dichosa palabrita se diluía en nuestra memoria, llegó el Peje a rescatarla. Dijo el 12 de julio del año pasado:  “Ya no hay tapados, yo soy el destapador y mi corcholata favorita va a ser la del pueblo”. Según él,  “ya cambió esto. Ya hay democracia plena. Ya son los ciudadanos los que deciden”. Y las corcholatas saltaron de nuevo a la palestra. Válgame.

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