Ciudad de México, noviembre 22, 2024 01:42
Opinión Mariana Leñero

Odio la Navidad

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Malditos intercambios. Sacar el papelito y que te toque el que menos conoces, el que te cae mal, al que le regalaste el año pasado. Por tu parte le tocas al del mal gusto, al codo, al que no tiene para regalos, al que recicla.  Regalos que no te sirven y que hacen bulto y qué regalarás la siguiente navidad o que utilizarás para el regalo que a última hora se te olvidó. Pijamitas, galletas, bufandas, chocolatitos, velitas, cremitas, mermeladas…

POR MARIANA LEÑERO

Cuando era pequeña me gustaba la Navidad pero estoy segura que era porque aún no me tocaba sufrir la monserga y estrés que conlleva.

El efecto navideño no comienza en diciembre. Desde noviembre nos inundan con una tormenta de anuncios de los regalos en oferta que hay que aprovechar comprar. La tele, los espectaculares, los camiones se llenan de verde y rojo; de lucecitas, aglomeración de Santa Clauses y pendejaditas americanizadas que pensamos que ya son nuestras. Prisas, tráfico, villancicos, posadas, Mariah Carey con su hit insoportable, arreglitos y lucecitas por todos lados.  Tanta lucecita que parece Las Vegas.

Para mí, lo que menos trae la Navidad es amor y paz. Por el contrario, me regala ansiedad, mal humor y dolor de cabeza.

En primera fila me esperan las obligaciones de consumo: “para la rifa te tocó…”, “estamos haciendo el Secret Santa”, “¿de cuánto crees que debe ser el regalo?” “¿cuántas maestras hay en tu salón para darles un detalle?”, ¿sabes que le gusta?… “¿qué le vas a regalar…?”

Malditos intercambios. Sacar el papelito y que te toque el que menos conoces, el que te cae mal, al que le regalaste el año pasado. Por tu parte le tocas al del mal gusto, al codo, al que no tiene para regalos, al que recicla.  Regalos que no te sirven y que hacen bulto y qué regalarás la siguiente navidad o que utilizarás para el regalo que a última hora se te olvidó. Pijamitas, galletas, bufandas, chocolatitos, velitas, cremitas, mermeladas…

Y qué tal aquellos amigos que hay que regalarles porque siempre te regalan ellos.  Te aseguran que no importa si no lo haces, pero el mero día extienden las manos para darte “sólo un detallito” esperando que extiendas las tuyas para regalarles otro como muestra de amor. 

A eso le sigue la comida del mero día. Botanas que te llenan porque estas esperando al familiar que llega tarde.  Hay que chutarse el bacalao grasiento que me caga. Luego comérselo al otro día en la torta. Los romeritos, plantas colgantes combinadas con mole. Pavo relleno de no se cuenta cosa que te infla y apendeja pero te recuerda que después sigue la repartición de regalos.  Y ya para terminar el postre: el fruit cake envinado tamaño tabique que regaló la tía. Chocolates corrientes que a alguien le dieron de intercambio y un turrón que todos quieren pero que se acaba enseguida.  Al pasar las horas uno le sigue tragando, ya sin ganas, lo que se encuentre, consumo, consumo y más consumo.

Tengo la tranquilidad que aun cuando yo odio esta fiesta esto les pegó menos a mis hijas gracias a mis vecinos. Ellos, amantes de las tradiciones trasformaban su casa al estilo revista de Oprah. Colocaban tamaño arbollón con regalos chicos, grandes, medianos. Adornos, y hartas lucecitas afuera, adentro, arriba y abajo.  

Vivir la Navidad estando fuera de tu país, es un tormento. Si bien está la alegría de ver a toda tu familia, los boletos de avión cuestan lo doble; el aeropuerto se atasca de gente nerviosa cargando bolsas de mano que apenas caben en la cabina. Sobrepeso de maletas por tanto regalo y las horas frente a la banda esperando a que no se hayan perdido con las sorpresitas de Santa y si le sigues la tradición con la ropita y regalitos de los Reyes y el Niño Dios.

Para mí a la Navidad habría que quitarle las compras de regalos y los intercambios. Habría que compartir esta fiesta con la familia y los amigos. Menos estrés y más felicidad. Qué lo que naciera fuera alegría y amor. Sin árboles navideños y así disfrutar los que están afuera de nuestras casas que son tan hermosos en la Ciudad de México. Amigos y familia con quién reírse, que alumbran la vida y que ellos mismos son  los regalos. Qué no se intercambie lo que se compra sino nuestras sonrisas que ahora más que nunca necesitamos.

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