Ciudad de México, noviembre 21, 2024 07:47
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / Entre Marcos y AMLO

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Una muchedumbre envolvente apareció en tomas cerradas de televisión y fotografías de medios a modo. Las fotos del momento en que López Obrador ya comenzaba a hablar en el Zócalo, descubren que el personaje ni siquiera había llenado la plancha, como sí Marcos.

A la memoria de David Huerta

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

La marcha de Estado encabezada por el presidente López Obrador y su confusión teórica acerca del humanismo, que no se profesa desde el poder, dan un nuevo valor a la congruencia de aquel líder zapatista que se autonombró como Marcos y luego se cambió a Galeano. Sin compartir yo nunca sus métodos bélicos, y lamentar que no se haya decidido a formar un partido con la representación legítima de un sector desprovisto de defensores, así se tratase de una minoría, “el sup” nunca se dobló ante el poder pero tampoco lo ambicionó.

En sus centenares de textos escritos como epístolas, el líder rebelde, descubierto su nombre real por el gobierno como Rafael Sebastián Guillén Vicente, escribió un ideario de una sociedad imposible pero feliz. A nadie engañó con poner en sus manos el destino de toda una nación conformada actualmente por más de 125 millones de personas, a pesar de ser notoriamente más capaz que quien nos gobierna. A la merma de aquel movimiento insurgente, el presidente Vicente Fox jugó la estrategia de facilitar la entrada de una marcha con Marcos al frente, que entre curiosos, fans y seguidores convencidos habría de llenar la plancha del Zócalo capitalino. NO lo arregló en 15 minutos, pero sí en tres horas: Marcos se quedó en una contradicción, en un “ni de aquí ni de allá” porque no terminó de germinar su sueño en la sociedad civil ni en la sociedad política. Raro, porque él tenía claras las diferencias. Él sí.

Lo de la marcha de AMLO no es un fenómeno. Ni como el de Marcos, insólito movimiento indigenista armado a contratiempo del mundo, ni como el de la multitud de ciudadanos, organizados o no, diversos en sus preferencias, que forman parte de la sociedad civil, a la que algunos políticos de oposición se les colaron como queriendo hacer creer que abonaban a la causa y no le disminuían. Lo de López Obrador fue al revés: una manifestación propia de regímenes totalitarios, costeada con recursos públicos, para rendir culto al líder y una secta ideológica, en este caso ni siquiera definida claramente. Porque decir que eso es “humanismo mexicano” no es lo mismo que hacerlo gobierno en medio del caos que se vive, donde no hay respuesta ni alternativa a lo negativo que dejaron gobiernos anteriores.

  El EZLN resultó al menos en un triunfo cultural en cuanto a que se miró como nunca antes las carencias y opresión de nuestros indígenas.

Además, la multitudinaria manifestación, que ni de lejos superó el millón de personas, como aseguró cual obviedad la Jefa de Gobierno y suspirante presidencial Claudia Sheinbaum, había sido derrotada a priori por la marcha rosa frente a la que se levantó el Presidente, tan impotente él por el fracaso de “su” Reforma Electoral y el golpe al INE. Lo suyo es marchar, pues. Los montajes y las mentiras. Eso sí que no es raro.

Pero AMLO ha cometido el mismo error que Marcos, si bien desde la inmoralidad que el zapatista no tuvo: Su ficción de acarreo no aparecerá en los anales de la historia, como dice el clásico, y sí describe, como en el caso de aquella hermosa marcha de Marcos, la debacle de una forma inoperante en democracia, que es la de la exclusión de los diferentes. Yo he dado por sentado que el alimento político del presidente es la polarización, como sucede con casi cualquier ejemplo de gobernantes populistas, que no lo son, por ejemplo, los de Chile, Argentina y Colombia, representantes institucionales de un signo socialdemócrata que no necesita añadiduras en sus conceptos.  

Recuerdo que cuando se dio aquella manifestación de Marcos y el EZLN en el Zócalo, el 10 de marzo de 2001, yo comenté a colegas y amigos que eso era el principio del fin de la efectividad de un movimiento que había abierto muchas esperanzas y aún más expectativas. Pocos me creyeron, a decir verdad. Claro, el EZLN resultó al menos en un triunfo cultural en cuanto a que se miró como nunca antes las carencias y opresión de nuestros indígenas. Por lo menos desde que uno de esos indígenas, Benito Juárez el oaxaqueño, el prócer del Presidente, de tan liberal nouveau pisoteó sus usos y costumbres, su derecho a la identidad, bañándose en la idea norteamericana del progreso occidental.

Es bonito soñar, efectivamente. Lo hicieron los marxistas y los que continúan escuchando como un himno El necio de Silvio Rodríguez ante el desastre del proyecto en Cuba y la persecución de la disidencia. Alguna vez otros fuimos lo que ya no somos. Yo no soy un necio que se aferra al pasado echeverrista como si la democracia mexicana no haya costado lágrimas suficientes, el encarcelamiento y la persecución de personas congruentes y valientes, muchas de las cuales hoy están contra el obradorismo porque conocen lo que es vivir el autoritarismo.

Una muchedumbre envolvente, como en los viejos tiempos, apareció en tomas cerradas de televisión y fotografías de medios a modo. Las fotos del momento en que López Obrador ya comenzaba a hablar en el Zócalo, descubren que el personaje ni siquiera había llenado la plancha, como sí Marcos, y varias veces en cierres de campaña de diversos candidatos presidenciales, que para eso son: hacerse publicidad.

Sé de algunos muy sensatos y convicciones desinteresadas que acudieron allí creyendo de veras que se trataba de algo insólito, dada su falta de experiencia en manifestaciones y ante una demagogia setentera que muy probablemente no les tocó vivir. Ellos caben para mí en la democracia. Como todos los demás. Eso sí: Llegado el momento tendremos que decir nuevamente: Se los dijimos… que era la marcha de la despedida.

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